miércoles, 22 de diciembre de 2010

Camaleones. Por Ignacio Camacho

La patronal ha solucionado su problema de liderazgo pero mantiene el de su representatividad.

LA patronal española venía arrastrando dos graves problemas funcionales, uno de liderazgo y otro de representatividad. Con el relevo del cuestionado e insostenible Díaz Marsans ha solucionado el primero pero sigue pendiente el segundo; el jefe de los empresarios se elige por cooptación y gobierna una compleja organización —¡con 21 vicepresidencias!— de escasa eficacia en la que el verdadero poder lo tienen las entidades territoriales, de donde procedían los dos candidatos enfrentados ayer. (Algo pasa en nuestro sistema público cuando la mayoría de sus agentes colectivos, incluidos los partidos políticos, no resultan permeables a la democracia interna). El pequeño tejido industrial vive al margen de ese dudoso mecanismo de representación y el alto empresariado está acostumbrado a puentear a su estructura corporativa para relacionarse directamente con un poder sabe a quién dirigirse cuando lo necesita; González y Aznar tenían reuniones periódicas con una docena de patronos de grandes compañías, y Zapatero dejó a la CEOE fuera de su reciente cumbre con la cúpula del Ibex. Para los intereses de las empresas importantes resultan más operativos los almuerzos en Moncloa.

Alejada de la realidad de sus representados por arriba y por abajo, la patronal se ha convertido, como los sindicatos, en una enorme maquinaria orgánica a merced de las derramas clientelares que emanan de las instituciones. No puede ser una casualidad que los dos contendientes de la CEOE vengan de organizaciones acostumbradas a entenderse con los poderes autonómicos. A Herrero, el derrotado, lo ha tumbado su sintonía con el virreinato socialista andaluz, que engrasa con subvenciones y fondos públicos la anuencia de la CEA a una política incapaz de levantar el tejido productivo en la región con más paro de España. A Rosell, el triunfador, se le vio no hace mucho en una manifestación de rebeldía organizada por el establishment nacionalista contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. Ambos son fieles practicantes de la doctrina que el difunto Álvarez Colunga, antecesor de Herrero, definió de forma tan tosca como sincera: «Los empresarios han de ser como camaleones que se vuelven del color del que gobierna».

Ese talante de dependencia será útil para los intereses corporativos pero dudosamente beneficiará a los cientos de miles de empresarios que viven la angustiosa realidad socioeconómica sin reconocerse en las estrategias de su cúpula directiva. Al fin y al cabo Colunga, aficionado al flamenco, conocía bien el cante que Antonio Burgos colocó en el frontispicio de su esencial ensayo «Andalucía, ¿Tercer Mundo?» y que resume la triste consecuencia de su método adaptadizo y de su observancia complaciente: «Desgraciaíto el que come / el pan de manita ajena; / siempre mirando a la cara / si la ponen mala o güena».


ABC - Opinión

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