domingo, 7 de noviembre de 2010

Desayunar con té. Por Germán Yanke

El duro golpe recibido por los demócratas en las elecciones tiene paradójicas interpretaciones caseras.

El duro golpe recibido por los demócratas en las elecciones tiene paradójicas interpretaciones caseras. Para unos, la «paliza» que reconoció Obama parece recibida por Zapatero al que sorprendentemente se identifica con el americano haciéndole un honor poco justificado. Otros pretenden identificar el Tea Party, presentado como quintaesencia de la extrema derecha, con el PP para caricaturizarlo negativamente. Y hay quienes echan de menos un movimiento similar en la estela de los que piden al PP que haga «algo más».

El Tea Party, manifestación de un populismo que surge en EE.UU. periódicamente, tanto a la derecha como a la izquierda, tampoco debería ser el modelo para dar fuerza razonable a la alternativa de la derecha en España. Algunos populares insisten en que el mensaje del Tea Party es válido aquí: menos impuestos, menos Gobierno, más patriotismo. Si sólo fuese eso no se habría dado la convulsión que ha supuesto en el Partido Republicano. Los dos primeros objetivos están imbricados con una posición radical contra el Gobierno federal, que ahora no es de los suyos. Pallin es el ejemplo paradigmático de defenderlos para Washington y vulnerarnos en Alaska, donde fue una gobernadora promotora de un intervencionismo escandaloso. Aquí se da una lamentable incoherencia entre la posición ante la Administración central y ante las autonómicas cuyo poder se detenta. El patriotismo se basa en el Tea Party en la concepción de que sólo sus particulares valores lo encarnan, hasta el punto de convertir a quienes no los aceptan, no en discrepantes, sino en enemigos. De ellos y de la patria. La acción política implicaría el empeño por «liberar» al pueblo de los conflictos entre valores irreconciliables, cuya aceptación está en la base del respeto a las opciones plurales, imponiendo los propios. Espero que, cuando Rajoy dice que en el PP no hay Tea Party, no se refiera sólo a una suerte de partido dentro del partido, sino a que no se quiere imponer una utopía peligrosa para la sociedad liberal. Desayunar con té, decía Berkeley, es como interpretar a Stravinsky con la armónica.


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ABC - Opinión

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