lunes, 15 de noviembre de 2010

Casacas azules. Por Ignacio Camacho

La sensibilidad prosaharaui de los españoles no es ideológica sino emotiva: simpatía humanitaria por un pueblo abandonado.

MASACRE, limpieza étnica y ley del silencio. Brutalidad intimidadora, desproporción de medios, violencia metódica y expulsión de periodistas y observadores. Marruecos ha actuado en El Aaiún como los federales yanquis contra los cheyennes de «Soldado azul»: un raid expeditivo y feroz, de una crueldad gratuita, con voluntad expresa de dominancia abusiva y el tinte autoritario de un hermético blindaje ante posibles testigos incómodos. Ha expulsado a corresponsales, ha ejercido la censura y ha desoído las protestas. Ha arrasado un campamento civil a punta de metralleta. Ha desmantelado tiendas a culatazos, ha pisoteado familias y ha efectuado violentas detenciones aleatorias. Y todo ello en un territorio de cuyo control se ha apoderado mediante hechos consumados que incluyen la condescendencia pasiva de la ONU, la anuencia de Estados Unidos y la inhibición culpable del Gobierno español. El Gobierno del «ansia infinita de paz», el que tiene a una ministra pacifista al frente del Ejército, el adalid orgulloso de la legalidad internacional, no ha tenido el coraje de levantar una mala palabra de condena de ese flagrante atropello. Por vergonzante conveniencia estratégica ha dejado a los saharauis indefensos bajo las botas del sultán, y ha olvidado que ya no se trata de un asunto político, sino de una mera cuestión humanitaria.

De ahí la sacudida de indignación de la opinión pública. En España existe una manifiesta simpatía prosaharaui que no tiene que ver tanto con la causa polisaria como con motivaciones de humanitarismo solidario. Cientos de familias acogen cada verano en sus casas a niños desnutridos procedentes de Tinduf y del Sáhara en cuya mirada late el desconsuelo de un pueblo abandonado a su (mala) suerte. Hay una memoria histórica empapada de mala conciencia por el desafuero de la retirada colonial, y una indisimulada afinidad sentimental con el drama de unas gentes sin patria condenadas a un nomadismo indigno. La sensibilidad española no es ideológica sino emotiva, y está relacionada también con el rechazo popular hacia el régimen feudal marroquí. A grandes rasgos, los ciudadanos ven en el Sáhara el drama de una claudicación indecorosa: un territorio entregado de hecho por España al sultanato para mantener el statu quo de intereses geoestratégicos bajo el patrocinio francés y norteamericano. Y consideran a los saharauis víctimas inocentes de una partida de ajedrez siniestro.

El Gobierno zapaterista ha cometido un enorme error al plegarse con tan sumisa evidencia a esta arbitraria tropelía. Ha renunciado a su papel de referencia, ha ninguneado a su propia ministra de Exteriores recién nombrada, ha dejado una sensación de sometimiento medroso ante el vecino agresivo. Y, sobre todo, ha despreciado la dignidad moral de una nación que no se siente representada en su apocado, indecoroso y pusilánime pragmatismo.


ABC - Opinión

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