sábado, 23 de octubre de 2010

Un debate ensuciado. Por Ignacio Camacho

La estúpida grosería de un alcalde ha embarrado el debate sobre la nula cualificación de la ministra de Sanidad.

DESCONOZCO si el alcalde de Valladolid es un patán a tiempo completo o parcial, pero cuando ejerza de palurdo debería limitar sus zafias chocarrerías a su círculo de amigotes. Sus insinuaciones soeces sobre Leire Pajín revelan un rancio estilo de burdel anclado en el celtiberismo más chabacano, el de los monterillas de pueblo que rezongan al paso de las mozas rascándose las encías con un mondadientes. Puede que los socialistas hayan sobreactuado con su alborotado victimismo tratando de convertir una ordinariez tabernaria en un atentado machista; pero el tipo se ha retratado a sí mismo como uno de esos casposos verderones que blasonan de su desgraciado ingenio pedestre sin provocar más que el sonrojo ajeno.

La estúpida grosería del edil vallisoletano ha embarrado además un debate público que merecía la pena, y que es el de la (falta de) idoneidad de una dirigente sin currículum para hacerse cargo de un Ministerio especializado. El PSOE ha aprovechado el desliz para montar un desmedido escándalo mediático que desvía el asunto hacia el terreno del feminismo y la igualdad, en el que la izquierda se siente fuerte frente a una derecha a la que aún le asoma cierto pelo de la dehesa. Al exigir disculpas por la burda majadería de León de la Riva, los socialistas evitan dar explicaciones sobre la elección más que dudosa del presidente Zapatero, que ha causado estupor en el muy sensible sector sanitario. Un sector a cuyos profesionales se les exige una muy alta cualificación que no rige a la hora de seleccionar a quien ha de gestionar sus comprometidos problemas.


Para ser ministro/a de Sanidad no resulta en absoluto necesario haber estudiado medicina, enfermería o farmacia, pero una sociedad desarrollada requiere en su dirigencia pública ciertos méritos de capacitación específica que hasta ahora Leire Pajín no ha mostrado poseer. Carece de formación económica y de experiencia de gestión administrativa, y en el aparato del PSOE ha penado por falta de aptitudes de organización y liderazgo. Aunque la mayoría de los recursos sanitarios estén transferidos a las autonomías, entregarle una cartera tan compleja (epidemiología, prevención, consumo, protocolos clínicos y tecnológicos, etcétera) a una persona de bagaje tan escaso constituye para mucha gente cuando menos una ligereza, si no una temeridad, y hasta se puede entender como una falta de respeto al bien preparado colectivo asistencial. Al menos convendría debatir si la idea de que en política cualquiera sirve para cualquier cosa representa una concepción perniciosa y despectiva del servicio público, o si choca contra la noción de perfeccionamiento, estudio y competencia que se le supone a la alta dirección del Estado. Ésa debería ser la discusión en una sociedad moderna y civilmente fuerte, y no los morros de la ministra ni las fantasías calenturientas de un alcalde casinario.

ABC - Opinión

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