viernes, 8 de octubre de 2010

El pensamiento líquido. Por Fernando Fernández

Como en Bizancio, Zapatero solo aspira a que los bárbaros pasen de largo y pueda recuperar su sueño.

LA nación es un concepto discutido y discutible, el ser humano, un asunto demasiado complejo; la salida socialdemócrata, una entelequia circunstancial; los mercados, voraces o comprensivos; la derrota electoral, un invento; las palabras no son un arma cargada de futuro sino un accidente de la naturaleza, un hecho evanescente que no comprometen más que en el momento mismo que se pronuncian. Esa es la gran aportación del presidente Zapatero a la teoría política. Una presidencia circunstancial convertida en categoría analítica y modelo de liderazgo por la debilidad de la sociedad civil española, su complacencia con un largo ciclo de prosperidad, los hábitos caudillistas de los partidos políticos y un sistema electoral que concede poder absoluto al ocupante eventual de La Moncloa.

La crisis económica ha roto ese sueño alegre y confiado y ha expuesto en toda su incompetencia la debilidad del pensamiento líquido. Hay hechos simbólicos, anecdóticos, que traducen mejor que la más brillante tesis doctoral los cambios acaecidos mientras estábamos disfrutando de la fiesta perpetua. España ya no es la octava potencia económica del mundo. Ni lo volverá a ser. El mundo se nos ha ido de las manos mientras seguimos discutiendo, ¡qué aburrimiento!, el engarce constitucional de Cataluña en España. Esta vez ha sido el Círculo de Economía, una prestigiosa institución que actúa de lobby empresarial catalán. Uno hubiera esperado de tanto personaje ilustre una sesuda reflexión sobre la inserción de España en una economía global que se desplaza irremediablemente al Pacífico. O al menos una profunda discusión sobre la ventajas y obligaciones que comporta para España la pertenencia a una Unión Monetaria amenazada por nuestra propia irresponsabilidad y por el cinismo colectivo de una sociedad que dice defender una cosa y permite a sus políticos hacer lo contrario. Pero no, lo importante es el concierto, la captura de rentas, asegurarse un mayor trozo de la tarta mientras el calor producido por la explosión financiera y tecnológica la derrite sin que nadie la meta en el frigorífico.


Vivimos momentos históricos. Tiene razón el presidente Zapatero aunque llamara antipatriotas a los que le avisábamos hace años que su política conducía necesariamente a una crisis económica e institucional. Es cierto que todos los momentos son históricos para la generación que los vive, pero no lo es menos que es casi seguro que nuestros hijos vivirán peor que nosotros. Lo harán sin duda si no abandonamos la complacencia y encaramos los hechos como son y nos limitamos a describirlos con palabras carentes de sentido y compromiso; si seguimos conduciendo la política económica con el retrovisor, pensando más en los derechos adquiridos —de los territorios, pensionistas, asalariados o funcionarios— que en nuestras obligaciones. El futuro se nos va de las manos y al Gobierno solo le preocupa llegar al próximo año. Ha renunciado a cualquier intento de diseñar ese futuro y se contenta con que desde Bruselas, Nueva York y Caracas nos dejen tranquilos en nuestra irrelevancia. Zapatero solo aspira ya a que los bárbaros pasen de largo y pueda recuperar su sueño. Fiel a su levedad, busca desesperadamente un manual de autoayuda y sus asesores solo le ofrecen informes del Fondo Monetario Internacional. Deber ser muy duro, pero sigue pensando que fuera hace demasiado frío para asumir su responsabilidad, suponiendo que no sea éste también un concepto discutido y discutible.

ABC - Opinión

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