miércoles, 15 de septiembre de 2010

Rumbo a la Moncloa. Por M. Martín Ferrand

La clave del nacionalismo catalán, su esencia, es el afán diferencial frente a los distintos pueblos españoles.

LA obsesión electoral que tiene secuestrada la inteligencia operativa de los partidos políticos españoles, grandes y pequeños, convierte al próximo 28 de noviembre en el máximo foco de atención política en el curso que ahora empezamos. Es cierto que las autonómicas catalanas, con el presumible fracaso de PSC, marcarán un punto de inflexión en la política general del Estado, pero hay otras urgentes y relevantes cuestiones que debieran ser prioritarias para el partido del Gobierno y para los de la oposición. José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy estarán en Cataluña el próximo fin de semana; el primero en la Fiesta de la Rosa que, en Gavá, es un clásico del socialismo catalán y el segundo tiene en su agenda la visita a unas cuantas casas regionales en Barcelona. Si la humildad es una virtud, Rajoy resulta canonizable, pero no es ese el camino que puede incrementar sustancialmente la presencia del PP en el Parlament.

Tampoco parece un buen camino para merecer la confianza del electorado catalán anteponer la descalificación del adversario a la propuesta de las iniciativas propias. Alicia Sánchez-Camacho, máxima sacerdotisa del PP en Cataluña y personaje propicio a los dichos inconsistentes y provocativos, ha dicho que Artur Mas «pretende convertirse en el Ibarretxe catalán». ¿Es así como diseñan los estrategas de la gaviota un plan de acercamiento a CiU por si las circunstancias resultaran propicias y, por primera vez en su historia, el PP llegara a ser una fuerza determinante para la gobernación de Cataluña? Sánchez-Camacho es una señora muy rara que no solo cambia de cara en cada una de sus apariciones públicas, sino que emite mensajes que, en principio, no parecen concordantes con lo que puede suponerse que sería su interés personal y partidista.

La clave del nacionalismo catalán, su esencia, es el afán diferencial frente a los distintos pueblos españoles. Incluso a los muy soberanistas les interesa más ser diferentes que independientes. De ahí el error del «café para todos» con que se cerró el Título VIII de la Constitución. Si algo puede ofenderle a Mas es una comparación con Ibarretxe que, además, no fue lendakari en una dimensión distinta de lo que lo es hoy Patxi López. Si Antonio Basagoiti hubiera jugado sus cartas como hoy lo hace Sánchez-Camacho, el resultado vasco hubiera sido diferente. Como diferentes son los líderes del PP en ambas autonomías. Uno es un político sólido, con idea de España y del servicio a sus votantes, y la otra parece una estrella mediática a la busca de un titular. Mal asunto para un PP que inicia en Cataluña su reconquista de La Moncloa.


ABC - Opinión

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