jueves, 9 de septiembre de 2010

Política Ni-Ni. Por Ignacio Camacho

La educación no vende, no gana votos, y últimamente ya no es necesaria siquiera para triunfar en política.

TENEMOS una generación ni-ni tan numerosa (la segunda de la UE, por detrás de Italia) que ya se ha instalado hasta en la política. En la nomenclatura de los partidos emerge una pléyade de jóvenes que apenas ha terminado los estudios superiores e ignora lo que es cotizar a la Seguridad Social fuera del amparo de las nóminas de cargos públicos. En Andalucía, Griñán ya le ha dado el poder del PSOE a un par de ellos, cuya principal —y provechosa— escuela ha sido el nido del aparato orgánico; son audaces, agresivos y corajudos, pero les falta formación incluso en su propia ideología porque han llegado a la política en una época en la que la única ideología es el poder. No son ni serán los únicos; el fenómeno se está extendiendo por una vida pública que al fin y al cabo no es sino el trasunto de la propia sociedad. Y una sociedad intelectualmente desarmada no tiene más remedio que regirse por dirigentes modelados con el mismo perfil.

El problema es que llegados al poder no son sensibles con el problema educativo porque no lo perciben como tal; puesto que les va bien andan encantados de haberse conocido. La (mala) educación no sólo es el principal lastre de la competitividad española sino que lo va a seguir siendo porque la política le ha vuelto la espalda, ensimismada en la bronca, el clientelismo y las tácticas de corto plazo. Las inversiones educativas no proporcionan frutos inmediatos, rentabilizables cada cuatro años a vuelta de elecciones, pero es lo que suministra musculatura a un país y garantiza su desarrollo a futuro. En España los gobiernos modernos han construido escuelas y universidades —de éstas quizá demasiadas— pero no se han preocupado de la calidad de la enseñanza ni de la estructura del conocimiento; hemos estabulado en las aulas a varias generaciones pensando en su educación como un asunto estadístico. Y ni siquiera podemos presumir de cifras.

Van algunas, de antier mismo. Estamos 25 puntos por debajo de la media europea en educación posobligatoria y 14 en titulados de formación profesional de grado medio. Los universitarios de hasta 29 años con un trabajo inferior a su cualificación son un 44 por 100 frente al 23 medio de la OCDE. Y luego están los famosos ni-nis, emblema de una frustración social amenazadora. ¿Hace falta seguir o basta con pasearse por aulas y claustros? La retórica política sobre la innovación, el I+D y otros mantras es pura farfolla; nos falta conocimiento, masa crítica de estudios que aseguren una formación competitiva, y no hay programa de gobernanza que tenga de veras en cuenta esa carencia esencial en una nación contemporánea. La educación no vende, no gana votos, no tiene el tirón inmediato de las subvenciones ni el gancho de los dicterios dialécticos. Y últimamente ni siquiera sirve de requisito para triunfar en la propia política.


ABC - Opinión

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