miércoles, 1 de septiembre de 2010

Miguelín y otros muñecos. Por M. Martín Ferrand

Artur Mas, en su condición de macho alfa del nacionalismo catalán, ya está en plena berrea electoral.

ZAPATERO, el presidente que pronostica el pasado, dice ahora que «el futuro de España es del tamaño de Miguelín». Cabía temerlo. Miguelín es un niño sin alma, de seis metros y medio de altura que, diseñado por Isabel Coixet y fabricado por el mismo taller hollywoodense que construyó Alien, sirve de muñeco de feria, de atracción, en el Pabellón español de la Expo de Shangai. Una vez más, José Luis Rodríguez Zapatero confunde peso con volumen y olvida la sustancia, la fuerza y la inteligencia. Para entendernos: Miguelín es idéntico en formas y proporciones al muñeco gigante y forzudo de Toy Story III y carece de la fuerza protagónica del vaquero Woody, de la capacidad tecnológica del astronauta Buzz Lightyear y de la elasticidad del perro Slinky.

¿No podríamos hacer algo para que el futuro de España, más que grande, fuera bueno, grato para los españoles, repleto de progreso real, no de progresismo impostor, e inmerso en una democracia en la que no cupiera el calificativo de «provisional» que tiene la que ahora nos asiste?


Artur Mas, en su condición de macho alfa del nacionalismo catalán, ya está en plena berrea electoral, a la espera de una fecha para los comicios. Obligado por ello, lanza voces de confusa interpretación. Dice el líder de CiU que Cataluña será «interdependiente» de España. Eso concuerda con la inteligencia y la responsabilidad que se le suponen a Miguelín. Cataluña es España. Tanto como Castilla y León o Andalucía. Podría, en un extravagante desarrollo estatutario y constitucional, dejar de serlo, independizarse. En ese perverso supuesto, ¿quién es Mas para suponer la voluntad del resto de España de mantenerse «interdependiente» con Cataluña? Quiere Mas, en alarde de fervor electorero y calentura independentista, que el día en que Cataluña disponga de un Estado propio, pueda «seguir teniendo un grado de entendimiento y convivencia con el Estado español». Mal está que quien puede ser, antes de fin de año, el nuevo president se manifieste con tal deslealtad constitucional y estatuaria contra el pedestal sobre el que puede levantar su ambición política; pero peor está, todavía, que nos suponga a los demás contentos y participativos ante su desprecio.

No es por contradecir al presidente del Gobierno; pero, si Mas se nos presenta como un trasunto de Chucky, el muñeco diabólico, lo mejor que debiera hacer el Ejecutivo es guardar a Miguelín en una caja y dejarse de fantasías elefantiásicas para tratar de recomponer, con diligencia y rigor constitucional, las condiciones de unidad y solvencia que cabe exigir a un Estado miembro de la UE.


ABC - Editorial

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