viernes, 30 de julio de 2010

Supergómez. Por Alfonso Ussía

En alguna ocasión no he tratado a Gómez con la seriedad y el rigor que requiere su personalidad. Me refiero, claro está, a Tomás Gómez, el alto baranda del socialismo madrileño. Lo están acosando desde su propio partido. Se defiende con heroísmo. Ha revelado su secreto. Está hecho de cryptonita, la materia que debilitaba al mismo Superman. Por más que se empeñen Zapatero y Blanco, contra Supergómez no hay otra solución que el cañonazo a dos metros. Resiste como un héroe las embestidas de sus compañeros. Cosas de las encuestas. En el PSOE consideran que Gómez no tiene entidad para enfrentarse a Esperanza Aguirre. Ignoran el secreto de su cryptonita, y los votantes, es decir, los habitantes de la Comunidad de Madrid, también ignoran a Gómez. Se mantiene gracias a dos mujeres que suman muchos valores. Leire Pajín y Maru Menéndez. De la primera saben todos los españoles. De la segunda, sólo algunos madrileños. Es la portavoz socialista en la Asamblea de Madrid. Discípula de Demóstenes y Castelar, cuando abre la boca tiemblan los escaños del Partido Popular. Además, tiene empaque y majestad en los andares, como Morante de la Puebla en chica.

De lo que se trata es de defender a Supergómez y hacerle sentir el cariño y el apoyo de los que nunca le vamos a votar. Por encima de las ideas vuelan las admiraciones. Para mí, que Supergómez, al que Zapatero tilda indirectamente de numantino, representa a las mil maravillas la figura heroica del Dos de Mayo rimada por Bernardo López García: «Siempre en lucha desigual,/ cantan tu invicta arrogancia,/ Sagunto, Cádiz, Numancia,/ Zaragoza y San Marcial». Párrafo estremecedor de la guerra anglo-zulú que nos regala el coronel Samuel Higgins en su obra «Los zulúes nos dieron por saco» (Hutchinson & Bros. Londres 1917). Dice así: «Se amontonaban los cuerpos sin vida de nuestros soldados en la planicie de Ulundi. Centenares de buitres dibujaban circunferencias carroñeras a poca altura. Ni un solo superviviente. Al menos, eso creíamos hasta que nos apercibimos de un leve movimiento bajo el corpachón del bravo sargento Strower. Fuimos hacia él, pero estaba muerto. También el cabo Losty, que yacía bajo Strower. Y asimismo el soldado Ferguson, aplastado por el cabo Losty. ¿Quién movía aquellos cuerpos heroicos y sin vida? No otro que el soldado Thomas Staff, a punto de fallecer asfixiado por el peso del cuerpo de sus compañeros. No tenía un rasguño. Era un resistente». Cuando leo este pasaje de «Los zulúes nos dieron por saco», después del lógico estremecimiento, se abre en mi pensamiento la figura de Tomás Gómez, el resistente, casualmente tocayo del soldado Staff. Hay hombres que nacen para morir por los demás, y otros cuyo único objetivo es sobrevivir aun en las circunstancias más adversas. Thomas Staff y Tomás Gómez son ejemplos cumbreros de esta segunda opción humana. A Supergómez le están haciendo la petaca desde el presidente del Gobierno al portavoz socialista en el Ayuntamiento de Madrid –también desconocido por los madrileños– pasando por Pepiño Blanco y la más alta nómina del socialismo. Pero Supergómez resiste como un titán, cobijado en su cueva de cryptonita y sustentado por su formidable inteligencia y facilidad de palabra.

Insisto en mi error. No me lo he tomado en serio y no he sabido valorar sus incuestionables virtudes políticas. Es un fenómeno social y un aglutinador de masas. Honestamente, no puedo asegurarle mi voto. Pero sí mi pasión. Pasión rebosante, por otro lado.


La Razón - Opinión

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