Es evidente que la intención de Zapatero es de mera distracción, y los pardillos somos quienes entramos al trapo.
NO diré yo que José Luis Rodríguez Zapatero es el mayor engañabobos del Reino porque el título se lo disputan, y con mérito, unas cuantas docenas de aspirantes; pero puede afirmarse, con toda justicia, que es de los mejores capacitados para merecerlo. No hay más que fijarse en su proceder. En circunstancias que debieran resultarle difíciles, como el Debate sobre el estado de la Nación, no solo consigue trasladarle a los demás responsabilidades que son exclusivamente suyas, sino que las aprovecha para sembrar nuevas inquietudes capaces de distraernos de los asuntos fundamentales. Nadie como él en el arte de la engañifa y la distracción.
En un momento de graves problemas sociales y económicos y frente a dificultades que parecen insalvables y comprometen el futuro de la Nación, la maña de Zapatero consiste en sortear los unos y las otras para ponernos a todos a hablar sobre asuntos marginales capaces de excitar la pasión de las partes implicadas en ellos y, por eso mismo, lo suficientemente ruidosos y mediáticos. Supo, por ejemplo, aprovechar el Debate para sugerir que deben «eliminarse» los anuncios de prostitución en los medios informativos. A mayor abundamiento, y con la parvedad intelectual que le define, razonó el presidente: «Mientras sigan existiendo anuncios de contactos, se estará contribuyendo a la normalización de la explotación sexual».
Parece ser que en el Código de Hammurabi, en el siglo XVIII antes de Cristo, ya se reconocían determinados derechos a las prostitutas. Ese es, como afirma el tópico, el oficio más antiguo de la humanidad. Podrá estarse a favor o en contra de su legalización y control, pero nada más falaz que centrar el problema en su publicidad. El razonamiento de Zapatero podría compararse, por reducción al absurdo, con la propuesta de eliminar las esquelas mortuorias de los diarios para que de ese modo se reduzca el número de difuntos.
Parece evidente que la intención de Zapatero es de mera distracción y los pardillos somos quienes entramos al trapo y amplificamos un problema que, siendo real, es mínimo en la tabla de las inquietudes ciudadanas. Si se quiere abordar la cuestión, mejor sería hacerlo sin andarse por las ramas. La publicidad de las artes de tan viejo oficio deberá ser consecuencia de su reconocimiento, definición legal, protección sanitaria y cuantas consideraciones enjundiosas son del caso. Utilizarlo para darle un pellizco de castigo a las cuentas de explotación de los diarios es ridículo, además de mezquino, en un país en el que no faltan televisiones generalistas que exhiben juguetes sexuales en horario infantil.
Parece ser que en el Código de Hammurabi, en el siglo XVIII antes de Cristo, ya se reconocían determinados derechos a las prostitutas. Ese es, como afirma el tópico, el oficio más antiguo de la humanidad. Podrá estarse a favor o en contra de su legalización y control, pero nada más falaz que centrar el problema en su publicidad. El razonamiento de Zapatero podría compararse, por reducción al absurdo, con la propuesta de eliminar las esquelas mortuorias de los diarios para que de ese modo se reduzca el número de difuntos.
Parece evidente que la intención de Zapatero es de mera distracción y los pardillos somos quienes entramos al trapo y amplificamos un problema que, siendo real, es mínimo en la tabla de las inquietudes ciudadanas. Si se quiere abordar la cuestión, mejor sería hacerlo sin andarse por las ramas. La publicidad de las artes de tan viejo oficio deberá ser consecuencia de su reconocimiento, definición legal, protección sanitaria y cuantas consideraciones enjundiosas son del caso. Utilizarlo para darle un pellizco de castigo a las cuentas de explotación de los diarios es ridículo, además de mezquino, en un país en el que no faltan televisiones generalistas que exhiben juguetes sexuales en horario infantil.
ABC - Opinión
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