EL Partido Popular ha pedido que desaparezca uno de los personajes más sórdidos de la escena política del País Vasco, que no es decir poco. No es, por supuesto, un terrorista, de los que no merece la pena ni hablar. Se trata del socialista Jesús Eguiguren. Cierto es que mientras la mayor lacra política de este país, que es Rodríguez Zapatero, siga al mando del Ejecutivo en Madrid no hay ni esperanza ni remedio. El desprecio dentro y fuera de nuestro país hacia su persona se ha convertido en desprestigio y lastre insoportable para nuestro país. Eso ya no puede arreglarlo él, ni sus votantes, ni sus amigos, ni siquiera sus adversarios si quisieran. Pero hablemos hoy de Eguiguren, que nos quiere meter otra vez a los españoles en una negociación —y consiguiente legalización— de la rama política de ETA. No hablamos de un enajenado. Hablamos del jefe de los socialistas en el Parlamento vasco. Y sabemos que si sus planes se cumplen significarían la justificación —nunca mejor dicho «post mortem»— y la legalización de una campaña de asesinatos que ellos montaron y una legitimación de todos y cada uno de los casi mil muertos habidos. Como comprenderán, algunos no estamos muy de acuerdo en que nuestro País, que es el Vasco, y nuestra nación, que es España, queden en manos como las de Eguiguren, probablemente lo peor del socialismo vasco. Lo más inmoral, según tantos, al que las víctimas traen al pairo. Hace poco tuvimos la desgracia de tenernos que despedir del jesuita Antonio Beristain, eminente criminólogo, pero para mí más un hombre lleno de energía y bondad. Un hombre de una dignidad que deja a Eguiguren en la sima que su catadura ha excavado. Beristain sabía y escribió mucho sobre el victimario. Era un sabio bueno. Escribió sobre el luto, cómo éste enaltece a las personas y dignifica la vida. Y cómo el olvido nos deprava como individuos y como sociedad. No le pregunten a Eguiguren por este tipo de cuestiones. El dirigente actual del PSE, Patxi López, que gobierna gracias al Partido Popular, le ha dicho a Eguiguren que no y que se olvide de esos caminos. Que esos caminos se han acabado. El ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, le ha dicho a Eguiguren lo mismo con la máxima contundencia. El Gobierno dice que no hay ni habrá negociaciones con la banda terrorista y aseguran que están acabados. Cuando este Gobierno desmiente algo, échense a temblar. Porque si no fuera cierto que algo se mueve, no se entiende por qué el nada señor Diaz Usabiaga está en la calle paseando, por qué el nada señor Josu Ternera se pasea por Europa cuando los servicios de información españoles saben hasta dónde compra el pan. Ni el bloqueo del caso del bar Faisán en ese enjuague de contraprestaciones entre el Gobierno y el juez Garzón. Ni otras cuestiones de terrorismo. Miento, creo entenderlo. Quizás al final el siniestro Eguiguren sea el único en decir la verdad.
ABC - Opinión
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