jueves, 24 de junio de 2010

Desorientados en el G-20. Por Valentí Puig

LAS cosas del G-6 comenzaron como encuentro de los seis países más industrializados para hablar de modo informal sobre la economía mundial. Eso fue a principios de los años setenta. Con Canadá ya sería G-7. Al añadirse Rusia, se convirtió en G-8, y con los países emergentes hoy es el G-20, como club selecto de la globalización y de lo que se llama hoy gobernanza económica. Al iniciarse la cumbre de Toronto, la primera gran crisis de la globalización y del euro parece estar amainando, aunque no falta nunca un gurú que vaticine la recaída en el purgatorio. Los Estados Unidos, Europa y el bloque emergente expondrán criterios muy dispares, pero la tendencia general es recortar de modo severo el gasto público y, en algunos casos, subir los impuestos. Los endeudamientos son colosales. Japón —miembro fundador del G-6— va a congelar el gasto público por tres años: memorable estreno del primer ministro Naoto Kan. La desorientación lo condimenta casi todo. Al final, las videoconferencias acabarán siendo una rutina.

Se impone un rigor presupuestario que, al menos transitoriamente, afectará a los modelos sociales, como el Estado de bienestar en Europa. Según el «Financial Times», en Toronto se dará una contraposición entre las economías avanzadas que optan por reducir como sea el gasto público y los países emergentes decididos a aumentar la presión fiscal. Aunque se hable de un reencuentro milimetrado, también puede aflorar en Toronto el contraste entre la opción de austeridad alemana y los estímulos al crecimiento que prefiere Obama.

España consta en el G-20 con un «status» peculiar, pero vale más estar que quedarse en el limbo. Según el Gobierno, se está «de facto», como invitado permanente, pero no como miembro fijo. Si la presencia de España se debe a su condición de octava potencia económica mundial, el impacto de la recesión obliga a aseveraciones cautas y, seguramente, a explicarse debidamente sobre las reformas en curso. Zapatero estuvo en el G-20 de finales de 2008, como cuota de la representación europea, a instancias de Sarkozy, quien cedió uno de los dos asientos que le correspondían, como miembro fundador del G-8 y como presidente rotatorio de la UE. También estuvo en abril del año siguiente, aunque la vicepresidenta Salgado luego no fue invitada a la reunión de ministros de economía, en Washington. Aznar, cuando España tuvo la presidencia semestral de la UE, participó en el G-8.

Es tal la mecánica de lo que va del G-7 al G-20 que ya son más importantes los comunicados finales que el contenido real de unos debates internos que programan con mucha antelación los «sherpas», esos altos funcionarios que en representación de cada país y a modo de los guías del Himalaya intentan darle cauce a cada cumbre. Las que inicialmente iban a ser charlas entre los grandes, junto a la chimenea, hoy ya son parte del gran circo mediático. Aun así, el G-20 es un foro multilateral de mucha sustancia. Andan por ahí sueltas muchas fieras por domesticar, desde el tobogán de las finanzas salvajes a las erupciones del desorden mundial.


ABC - Opinión

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