La austeridad que preconiza Rajoy casa bastante mal con que Madrid sea el municipio más endeudado de España y con que su estrategia para reducir el déficit pase por aumentar los tributos a los ciudadanos en lugar de por minorar sus faraónicos despilfarros.
En estos momentos en los que nadie puede albergar esperanza alguna en que Zapatero sea capaz de encauzar el rumbo de nuestra economía resulta esencial que tanto dentro como sobre todo fuera de nuestro país se perciba la existencia de una alternativa de gobierno que sí esté dispuesta a aprobar las reformas que necesitamos; a saber, reducción enérgica del gasto público en todos los niveles de la administración y liberalización de sectores tan relevantes como el energético o el laboral.
En este sentido, sólo cabe celebrar que Rajoy se postule abiertamente como alternativa inmediata de gobierno al desgobierno de Zapatero; no ya porque el líder de la oposición debe ser capaz de acceder al Ejecutivo en cualquier momento, sino porque es preciso que comience a visualizarse un gobierno en la sombra que exponga las políticas concretas que pasará a aprobar tan pronto como gane las elecciones.
En este sentido, sólo cabe celebrar que Rajoy se postule abiertamente como alternativa inmediata de gobierno al desgobierno de Zapatero; no ya porque el líder de la oposición debe ser capaz de acceder al Ejecutivo en cualquier momento, sino porque es preciso que comience a visualizarse un gobierno en la sombra que exponga las políticas concretas que pasará a aprobar tan pronto como gane las elecciones.
El programa desgranado por Rajoy incluye alguna de las claves que la economía y la sociedad española necesitan: reforma del sistema educativo asentándolo sobre la libertad parental; reducción de impuestos y del gasto público, así como limitación del endeudamiento; eliminación de la negociación colectiva; y mantenimiento de una energía limpia y barata como la nuclear. Sin embargo, el discurso de Rajoy, aunque correcto, sigue pecando de ser insuficientemente concreto y consecuente.
La inconcreción se aprecia en rúbricas tan importantes como la falta de desarrollo de qué partidas de gasto piensa recortar, eliminar o reorganizar con tal de eliminar el enorme desequilibrio de nuestras cuentas públicas. De momento, el PP se ha opuesto al ajuste presentado por el PSOE, en unas ocasiones aduciendo que era "insuficiente" y que debería ampliarse a las oligarquías sindicales y políticas que pacen en el presupuesto y en otras sosteniendo que era "injusto" por afectar al "gasto social". Sería deseable que más allá de apelaciones generales a restringir el endeudamiento se nos explicara cómo se pretende acabar con éste, pues en caso contrario la tan cacareada prohibición del déficit quedaría como un simple brindis al Sol.
La inconsecuencia del discurso de Rajoy cabe buscarla, no ya en el lenguaje claramente populista que algunos miembros de su partido han empleado para denigrar cualquier mínima liberalización del mercado laboral, sino en la palpable contradicción entre las palabras de Rajoy y las políticas implementadas por el PP allí donde está gobernando (con la feliz excepción de la Comunidad de Madrid).
El líder popular promete la misma libertad educativa para los padres que había prometido Feijóo poco antes de incumplir todos y cada uno de los puntos de su programa en este ámbito. La austeridad que preconiza Rajoy casa bastante mal con que Valencia y, sobre todo, Madrid sean los municipios más endeudados de España y con que la estrategia del segundo para reducir el déficit pase por aumentar los tributos a los ciudadanos en lugar de por minorar sus faraónicos despilfarros.
Si Rajoy quiere gobernar España con un determinado programa de corte liberal, primero deberá comenzar a aplicar ese mismo programa allí donde tiene ocasión. Después de haber padecido a un mentiroso de tal calibre como Zapatero, es lógico que los españoles tengamos una más que sana desconfianza hacia las promesas de los políticos. El movimiento se demuestra andando, y el buen gobierno, gobernando.
La inconcreción se aprecia en rúbricas tan importantes como la falta de desarrollo de qué partidas de gasto piensa recortar, eliminar o reorganizar con tal de eliminar el enorme desequilibrio de nuestras cuentas públicas. De momento, el PP se ha opuesto al ajuste presentado por el PSOE, en unas ocasiones aduciendo que era "insuficiente" y que debería ampliarse a las oligarquías sindicales y políticas que pacen en el presupuesto y en otras sosteniendo que era "injusto" por afectar al "gasto social". Sería deseable que más allá de apelaciones generales a restringir el endeudamiento se nos explicara cómo se pretende acabar con éste, pues en caso contrario la tan cacareada prohibición del déficit quedaría como un simple brindis al Sol.
La inconsecuencia del discurso de Rajoy cabe buscarla, no ya en el lenguaje claramente populista que algunos miembros de su partido han empleado para denigrar cualquier mínima liberalización del mercado laboral, sino en la palpable contradicción entre las palabras de Rajoy y las políticas implementadas por el PP allí donde está gobernando (con la feliz excepción de la Comunidad de Madrid).
El líder popular promete la misma libertad educativa para los padres que había prometido Feijóo poco antes de incumplir todos y cada uno de los puntos de su programa en este ámbito. La austeridad que preconiza Rajoy casa bastante mal con que Valencia y, sobre todo, Madrid sean los municipios más endeudados de España y con que la estrategia del segundo para reducir el déficit pase por aumentar los tributos a los ciudadanos en lugar de por minorar sus faraónicos despilfarros.
Si Rajoy quiere gobernar España con un determinado programa de corte liberal, primero deberá comenzar a aplicar ese mismo programa allí donde tiene ocasión. Después de haber padecido a un mentiroso de tal calibre como Zapatero, es lógico que los españoles tengamos una más que sana desconfianza hacia las promesas de los políticos. El movimiento se demuestra andando, y el buen gobierno, gobernando.
Libertad Digital - Editorial
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