lunes, 21 de junio de 2010

La reforma laboral retrata a los actores del drama. Por Antonio Casado

Acometer una reforma laboral con el objetivo declarado de crear empleo, en estos momentos, en plena crisis económica, es como montar una escuela de surf en la Albufera de Valencia. Si no hay olas no puedes cabalgar sobre ellas. Y si no hay crecimiento no hay trabajo. A partir de esa verdad incontestable las discusiones de estos días sobre los contenidos de la reforma laboral fletada por el Gobierno nos conducen a la melancolía.

Es la perspectiva patronal. Veo a los empresarios muy escépticos sobre el supuesto valor de esa reforma como resorte para crear puestos de trabajo o, según el ministro Corbacho, para evitar que se destruyan. No reprueban, evidentemente, la revisión de una normativa que se ha quedado obsoleta y es demasiado rígida, aunque advierten de que lo prioritario aquí y ahora no es la reforma laboral sino la recuperación del crédito para devolverle la vida a las empresas.


Esa es la verdadera palanca de creación de puestos de trabajo. Y mientras no se den las condiciones para que vuelva a fluir el crédito, al empresario le parece extemporánea la controversia sobre el coste y las causas del despido, por ejemplo. Y no digamos la teológica discusión sobre la medida del retroceso en los derechos de los trabajadores, cuyos esforzados paladines, los sindicatos, ya lo han convertido en un casus belli contra el Gobierno de Rodríguez Zapatero, al que va dedicada la huelga general del 29 de septiembre.

Trato de resumir. Puertas adentro, escepticismo empresarial y sindicalismo a la búsqueda de la identidad perdida. Puertas afuera, los vagos parabienes de la UE y el FMI. Hasta ahora eso son los efectos visibles de la reforma laboral enviada por el Gobierno al BOE, en puertas de su convalidación parlamentaria y pendiente de su posterior tramitación como proyecto de ley. Sólo me falta una desganada aproximación al uso de la reforma como baza política en el juego de los partidos. Mañana se retratan en el Congreso, al votar si otorgan o no cobertura parlamentaria al decreto-ley.

De nuevo, todas las miradas están puestas en el PP, la alternativa de poder a un Gobierno seriamente averiado. A Mariano Rajoy esta reforma laboral le parece tardía, insuficiente y confusa. “Tendrían que cambiar muchas cosas para apoyarla”, ha dicho este fin de semana. Pero votarla negativamente equivaldría a renunciar de antemano al intento de cambiarla, que es la posibilidad ofrecida por la posterior conversión parlamentaria del decreto-ley en ley. Así que un “no” del PP, mañana, en el Congreso, desmentiría su voluntad de modificar el texto, salvo que quisiera reventar este nuevo mensaje de la economía española a los mercados y los organismos internacionales, como ya intentó, y a punto estuvo de conseguirlo, con los severos recortes del gasto público decididos por el Gobierno Zapatero.

Por tanto, y en coherencia con las declaraciones de Rajoy, solo le queda el sí o la abstención. El sí es absolutamente descartable, por razones obvias. Esta vez al PP no le va a quedar más remedio que abstenerse. Aunque solo sea para evitar luego las comparaciones odiosas con CiU y el sentido de Estado que le sobra a Durán y Lleida y le falta a Rajoy, como diría Leire Pajin. Por su parte CiU, que es la esperanza blanca del PSOE para remontar políticamente a partir de las elecciones catalanes, duda en estos momentos entre el sí y la abstención. “Sería una mala noticia para España que no se aprobase la reforma”, declaraba ayer Durán i Lleida en un periódico de ámbito nacional.


El Confidencial

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