miércoles, 2 de junio de 2010

El fantasma de la huelga general vaga por Moncloa. Por Antonio Casado

Mal momento para currarse la estabilidad política e institucional. No obstante, esa es la prioridad marcada ante su gente por el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero.

No mover la barca y no entrar en el juego especulativo de un PP que busca de atajos hacia el poder. Ante la Ejecutiva de su partido, reunida el lunes pasado en la sede central de la calle Ferraz, el líder del PSOE, anunció que no tomará ninguna iniciativa que pueda añadir tensión a la vida nacional y le distraiga de las prioridades señaladas en su agenda.

La más apremiante es una reforma laboral pactada con patronal y sindicatos. Hoy mismo, la primera de dos reuniones en tiempo añadido. Dos nuevos intentos de lograrlo. En principio hasta la mitad de la semana que viene. O más, si el ministro Corbacho detecta alguna aproximación entre los interlocutores (Toxo, Méndez y Díaz Ferrán), sobre todo en costes del despido y cotizaciones empresariales. Por la cuenta que le trae el Gobierno. “Lo seguiremos intentando cueste lo que cueste a lo largo del mes de junio”, declaró ayer el ministro José Blanco.


No me extraña que se den largas. El aplazamiento puede llevar a la reforma pactada, mientras que el decretazo desembocaría en una huelga general. No hay color. Si la reforma del mercado laboral ha esperado dos años, también puede esperar dos semanas, habrá pensado Zapatero, que ya ha perdido la paz política y ahora se arriesga a perder también la paz social. Al revés de lo que le ocurrió a Felipe González. Perdió pronto la paz social y gozó de paz política hasta solo tres años de su caída.

Los sindicatos le endosaron a González cuatro huelgas generales. La del 20 de junio de 1985, por el recorte de pensiones, marcó el principio del fin de su amistad política y personal con Nicolás Redondo, secretario general del “sindicato hermano”. La segunda, el 14 de diciembre de 1988, por el Plan de Empleo Juvenil, aunque los sindicatos la plantearon como una reprobación de la política económica del Gobierno. La tercera fue una huelga general a media jornada, el 28 de mayo de 1992, el año de los grandes fastos. Y la cuarta, en enero de 1994, por la flexibilización del mercado laboral, que tuvo una incidencia menor porque el PSOE ya iba en caída libre por los casos de corrupción y guerra sucia.

En las cuatro se hizo presente el poder sindical. Algo inédito en la España de Zapatero por sus hasta ahora excelentes relaciones con las dos grandes centrales. Pero, de repente, el fantasma de la huelga general se pasea por Moncloa. Es ahí donde se la está jugando el Gobierno. Aunque se lo están poniendo muy difícil y él mismo está cautivo de su disposición a dictar la reforma laboral si persiste el desencuentro, Zapatero se resiste a dar por fracasado el diálogo entre patronal y sindicatos.

Entretanto se detecta un apagón en la fobia sindical de la derecha política y mediática. Hasta hace un par de semanas acusaba a los Sindicatos de inútiles, vendidos al Gobierno, apesebrados e insensibles al drama de los parados. Pero ante la posibilidad de que UGT y CC OO puedan hacerle a Zapatero al menos una vez lo que le hicieron cuatro veces a Felipe González, ese discurso se ha diluido. El verbo antes denigratorio contra los Sindicatos se ha vuelto analítico y razonable. La posibilidad de una huelga general se integra en el escenario político deseable por quienes anuncian el fin de la crisis y la felicidad de los españoles cuando Zapatero salga de Moncloa. Hasta el punto de verlo como un empujón más para que, cautivo y desarmado, al presidente no le quede otra que convocar elecciones.


El Confidencial - Opinión

0 comentarios: