martes, 15 de junio de 2010

Dolores de Cospedal (e Ibárrubi). Por Tomás Cuesta

La ruina se ha producido ya. Con o sin descuelgue del euro, España ha visto naufragar su economía, hasta la bancarrota.

ATAVIADA con una muy favorecedora kufiya de diseño, doña María Dolores de Cospedal (e Ibárruri, a los efectos) ha levantado acta notarial de las virtudes que la adornan y la clase que tiene. «El PP es el partido de los trabajadores», dijo anteayer sin esforzarse lo más mínimo, con una naturalidad estupefaciente. Bueno es saberlo. Que vayan tomando nota de a cuánto se corta el pelo (o se toma, depende) los que pensaban que la ciudadanía no está subordinada ni a la cuna ni la renta. Se acabó la milonga sobre el eclecticismo integrador y la transversalidad pastueña. Se acabó tolerar que la codicia impune enajene el futuro de la sufrida clase obrera. Después de ser vendido por esos turbios judas que se criaron a sus pechos, el proletariado, a partir de ahora, ya sabe a qué atenerse: «El PP es el partido de los trabajadores». De trabajadores fue también la segunda República, a guisa de mal ejemplo, y el día en que Lerroux se presentó a deshoras en la Sociedad de Naciones de Ginebra alguien apostilló, con reaccionaria mala leche, que «a los representantes de los trabajadores madrugar no les prueba».

Pero ni la broma de definir a un Estado como República de trabajadores, ni la de hacer del PP un partido obrero son sólo cosa de risa. Aunque también lo sean. Lo más grave viene con el corpus doctrinal que esa jerga arrastra. El que doña Dolores de Cospedal (e Ibárruri) quintaesencia en su declaración de principios: «el PP va a apoyar todas las reformas que sean buenas para los trabajadores de toda España». ¡Temblad, parásitos múltiples, burgueses y pequeñoburgueses, jubilados y rentistas, enemigos diversos de la clase obrera! ¡Temblad todos aquellos a quienes la égida de los parias de la tierra no recubra! No hay salvación, fuera del proletariado. Y que tu mano derecha no se entere demasiado de lo que hace tu puño izquierdo.

No es cosa de demasiada risa, el populismo. Y ver cómo se traga la retórica del único partido que podría dar batalla al más enloquecido gobierno de necios que hayan conocido los tiempos modernos, debería desasosegar a todo aquel que reflexione sobre el crudo trance que vivimos. La ruina se ha producido ya. Con o sin descuelgue del euro, con o sin rescate europeo, España ha visto naufragar su economía, hasta el límite de la bancarrota. Nadie puede hace demagogia con eso. La oposición, menos que nadie. Debe decir muy claro que la ruina la produjo el gobierno presidido por un perfecto alucinado, llamado José Luis Rodríguez Zapatero. Debe decir también que ya no hay salida incruenta. Que salir de la pobreza requerirá esfuerzos duros, más duros de lo que casi nadie recuerda, y que, sin una amputación de la enorme masa muerta de la economía española, el cáncer será muy pronto terminal. Debe decir también que nadie vendrá a salvarnos; que no hay dinero en el mundo para pagar nuestro despilfarro. Vienen tiempos muy duros. La retórica populista puede ser que dé votos. Pero idiotiza.

Y uno no puede sino evocar al Chesterton que ironiza sobre las bismarkianos prefiguraciones de un "Estado del bienestar" que no pretende sino "proteger a los pobres de sí mismos". Y a cierto aristócrata terrateniente que, en el Parlamento británico y mucho antes de Hayek, deja caer con elegante ironía: "Ahora, todos somos socialistas". Lo de Cospedal es eso. Ayuno, claro está, de su lúcido cinismo.


ABC - Opinión

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