jueves, 29 de abril de 2010

Volveremos a ser felices cuando echemos a Zapatero. Por Antonio Casado

Me apropio de la distinción aplicada a la actualidad nacional que hace cierto dirigente madrileño entre temperatura y sensación térmica. La sensación térmica nos pone al borde de la guerra civil, entre la crisis económica que nos ahoga y la crisis institucional que nos enfrenta. Basta pegar la oreja al ruido audiovisual de ciertas tertulias cargadas de azufre, las redes sociales de Internet o los foros con licencia para insultar. Como el que cuelga a diario de este modesto rincón de El Confidencial, sin ir más lejos, donde se detecta un alarmante déficit de tolerancia.

Sin negar la gravedad de la situación económica y los desajustes políticos en el funcionamiento de las instituciones, el tenebrismo que tiñe la morbosa descripción de nuestros males no responde a la temperatura nacional. No responde porque es descaradamente sesgada y desborda con creces los límites de la discrepancia. El legítimo derecho, e incluso el deber, de criticar al poder y someterle a un permanente ejercicio de control, nada tiene que ver con los pregoneros de la bancarrota política y económica de España ¿La temen o la desean?


Otra alternativa

A Rodríguez Zapatero le han caído los siete males por decir ayer en el Congreso que, en base a ciertos “brotes verdes” (consumo de energía, venta de coches, ingresos fiscales, etc.), detecta indicios de recuperación, sin negar la gravedad de los últimos datos de paro ni su responsabilidad en la marcha de la economía. Miremos más allá de la soflama y el aspaviento: ¿Se supone que un presidente del Gobierno debe asumir sin más el discurso de sus adversarios y, por tanto, flagelarse en la tribuna por estar viviendo al borde del abismo?

Sería como suponer que Mariano Rajoy va a conformarse con asumir sin más el voluntarismo incurable de Zapatero. Nadie se lo pide. Incurren en el mismo disparate quienes reclaman del Gobierno socialista que se ponga a la defensiva y abrace el pesimismo como única filosofía política hasta el inevitable fin de su mandato en 2012. Y si es antes, mejor.

A Rajoy no le preguntan los socialistas si es de mejor condición correr el riesgo de perder por tercera vez que intentar ganar por tercera vez. Como aspirante está en su derecho de criticar al titular y describir su pérdida de credibilidad, aunque cuando describe la situación económica solo haya lugar para el negro. Ni una mota de gris, al menos para consolar a los españoles que, como diría Neira, quieren dejar de ser españoles para mejorar su autoestima.

Al jefe del principal partido de la oposición se le debe exigir la mesura suficiente para que su discurso político no nos deje otra alternativa que hacer cola en los aeropuertos, largarse y reaparecer cuando Zapatero ya no esté haciendo daño en Moncloa en sórdida complicidad con ETA. Ni Garzón en la Audiencia Nacional. Cuando Alberto Oliart ya no pueda manipular la información en TVE y la Policía de Rubalcaba haya perdido el poder de ordenar a la Policía la fabricación de pruebas falsas. Entonces todos seremos felices.


El Confidencial - Opinión

0 comentarios: