miércoles, 28 de abril de 2010

La crisis institucional. Por M. Martín Ferrand

LOS naturales de Monforte de Lemos, como lo es la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas, suelen ser gente muy suya. Recia y firme.

En lo que es hoy Parador de Turismo de la villa lucense, con anterioridad Monasterio de San Vicente del Pino, se conserva la tumba de quien fue su abad, Diego García. Cuenta la leyenda, y no desmiente la Historia, que, en plena Edad Media, el abad benedictino utilizaba un pasadizo secreto entre su convento y el Palacio del Conde de Lemos para, en ausencia del señor, entenderse con la señora. Enterose el conde, invitó a cenar al pecador a quien, llegados los postres, coronó con un aro de hierro incandescente que le condujo, directamente y sin escalas, a la tumba que evoco más arriba y que está próxima a la pila bautismal, que también se conserva.

En parecida exhibición de carácter, y más respetuosa con la ley que con la oportunidad, la presidenta del TC acudió al Club Siglo XXI para presentar una conferencia de Jerónimo Saavedra. No se limitó la brava monfortina a glosar la grandeza y los méritos de su presentado -hoy alcalde de Las Palmas y varias veces ministro y presidente de Canarias- y aprovechó el viaje y el momento para cantar las glorias de la institución que preside, permisible y vanidosa licencia, y protestar por la «desproporcionada e intolerable campaña de desprestigio» que afecta al TC. Padecemos, dijo, una crisis institucional que alcanza al ámbito de su presidencia.


La notable monfortina siguió el camino, el pasadizo secreto, que en su día enfrentó al duque y al abad. Todos somos hijos de nuestra memoria y en ella entran hasta las leyendas de nuestros orígenes más remotos. A la presidenta del TC se le puede reprochar la inoportunidad, en espacio y tiempo, de su mensaje, pero no su contenido. La crisis institucional, forzada por las deslealtades a la Constitución de algunas Autonomías y por la irresponsabilidad provocadora de José Luis Rodríguez Zapatero, es un hecho palpable. El disparate del nou Estatut, de Parlament a Parlamento, no es más que la razón por la que el TC trata de echarle un zurcido desde hace casi cuatro años para salvar, al menos, las apariencias. No sería justo convertir en autor al corrector de pruebas y, quizá por eso, la polémica presidenta armó la tremolina en un club castizo del viejo Madrid, de cuando el centralismo administrativo todavía no era pecado.

ABC - Opinión

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