lunes, 1 de febrero de 2010

Africa, entre la miseria y el neocolonialismo

Zapatero asistió el domingo a la cumbre de la Unión Africana, continente en el que la mitad de sus habitantes sobrevive con menos de un dólar al día.

AFRICA SIGUE SIENDO el continente maldito. Mientras amplios sectores de la población de Asia y Latinoamérica han experimentado mejoras en sus condiciones de vida en las tres últimas décadas, las cifras corroboran que la situación sigue siendo desoladora en el continente negro, en el que la mitad de sus 800 millones de habitantes sobreviven con menos de un dólar diario de renta.


Zapatero asistió ayer a la cumbre de la Unión Africana en Addis Abeba en representación de la UE. En una reunión en la que estaba sentado al lado de Gadafi y asistían algunos de los peores dictadores del mundo, con Obiang, Mugabe y Bashir, entre ellos, Zapatero destacó que «la fuerza de la libertad y de la democracia deben ser el afán permanente de los Gobiernos africanos».

Zapatero subrayó que las ayudas al desarrollo de España hacia África han pasado de 225 millones a 2.200 millones en los últimos años, la gran mayoría, para educación y sanidad. El continente recibe cada año unas ayudas externas de unos 50.000 millones de dólares, una cifra estimable si no fuera porque una buena parte va a parar a los bolsillos de dictadores y funcionarios corruptos.

África necesita más solidaridad de los países occidentales, pero sobre todo precisa un cambio en el sistema de ayudas para que éstas lleguen a los fines para que teóricamente van destinadas.

El final del colonialismo tras la II Guerra Mundial hizo concebir esperanzas de que África podría progresar. Pero los movimientos de liberación nacional fueron un desastre cuando llegaron al poder, como sucedió en el antiguo Congo belga. La democracia nunca se ha podido consolidar en África salvo afortunadas excepciones. En primer lugar, porque carece de una clase política y unas infraestructuras sociales que la permitan asentarse. En segundo lugar, porque se ha consolidado un neocolonialismo tan perverso como el que nació de la Conferencia de Berlín en 1885, cuando las potencias europeas se repartieron África como un botín.

Ese neocolonialismo se alimenta de los intereses económicos de EEUU y China, que han tejido una red de alianzas para seguir explotando el continente con total indiferencia de los derechos humanos. China ha multiplicado por tres sus exportaciones a África en cinco años, convirtiendo a Angola en su primer proveedor de petróleo. Ha realizado enormes inversiones en Nigeria, Kenia y Zimbabue, donde ha apoyado a Mugabe, lo mismo que sigue haciendo en Sudán con el genocida Bashir.

Las frías estadísticas indican que en los últimos 50 años África ha padecido 186 golpes de Estado -tres por año- y 26 guerras. Muchos europeos no saben que en el conflicto de los Grandes Lagos en los años 90 murieron más de cuatro millones de personas, una cifra cercana a la del Holocausto.

No todo ha sido malo en el continente en las últimas décadas. Hemos visto el final del apartheid en Sudáfrica, el final de largas guerras civiles en Angola y Mozambique, el nacimiento del orgullo africano en torno a deportes como el fútbol y el atletismo y la consolidación de la democracia en Ghana. África no está condenada a la miseria y la explotación, pero su destino depende en buena medida de que los países occidentales ayuden a un desarrollo económico estable. Sólo así se podrá evitar el fenómeno de la inmigración que tanto afecta a España y refleja en última instancia la incapacidad de África para salir del abismo en el que se encuentra.


El Mundo - Editorial

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