domingo, 24 de enero de 2010

Los autores y la propiedad. Por M. Martín Ferrand

CUANDO, puestos a decir cosas desagradables, decimos «esgae» -SGAE- manejamos un acrónimo impreciso y cambiante. Sus fundadores, músicos y autores teatrales, crearon en 1899 la Sociedad de Autores y, más tarde, en 1940, al calor de un privilegio del franquismo que le otorgó la exclusiva de la explotación de derechos, nació la Sociedad General de Autores de España. A partir de ahí, en una complicada evolución de discutible legalidad y fea presentación, la Sociedad General pasó a ser de Autores y Editores, un vestigio vertical equivalente a encerrar en la misma jaula al galgo y al conejo. Pero; que quede claro, Autores de música y teatro -de cine y televisión por analogía escénica- y Editores musicales. Los novelistas y editores de obras literarias, los ensayistas y quienes les publican, los pintores y galeristas y cuantos crean sin música y editan sin pentagrama no son, salvo que escriban teatro o guiones audiovisuales, ni autores ni editores.

¿Qué es eso de la propiedad intelectual? Miguel de Cervantes dedicó la primera edición de Don Quijote, en 1605, al sexto duque de Bejar, Alfonso López de Zúñiga. Lo mismo hizo con sus Soledades Luis de Góngora. Han pasado los siglos y Pedro de Alcántara Roca de Togores y Salinas, el actual y vigésimo duque de Bejar, mantiene viva la gloria de su ducado, su escudo y -supongo- los bienes raíces de que no hayan querido prescindir sus antepasados. La «propiedad» de Cervantes y Góngora caducó con el tiempo y hoy ni tan siquiera sabemos quiénes son sus descendientes.

¿No debiera ser perpetua la propiedad intelectual que, por no tangible, se considera, como al yogur, con fecha de caducidad? Sería un gran acelerador de la cultura y el conocimiento. Del mismo modo que quienes heredaron de sus mayores una finca rústica o un edificio urbano los cuidan, mantienen, pagan sus impuestos y obtienen sus rentas, los herederos de la obra de Fray Luis de León o de Benito Pérez Galdós, de Juan Valera o de José de Espronceda cuidarían la obra de sus ancestros y tratarían de obtener de ella alguna renta divulgando lo que hoy muchos ignoran y promoviendo la publicación de títulos que resultan inalcanzables. También los músicos, por supuesto, debieran beneficiarse de unos planteamientos más avanzados y justos sobre la propiedad de su creación; pero no van por ahí, por lo trascendente, las inquietudes de la SGAE y sus voraces administradores.


ABC - Opinión

0 comentarios: