viernes, 22 de enero de 2010

La ruptura con la tolerancia. Por Cristina Losada

Son los Zapateros, los que entonces siguieron el consejo de no meterse en políticas, quienes hoy ejercen de radicales. Se apropian de una memoria y un pedigrí ajenos.

En una caja olvidada ha aparecido una foto que había dado por perdida. Se la prometí a Somalo y Noya para el libro Por qué dejé de ser de izquierdas, pero no emergió a tiempo de su escondite. Treinta y cuatros años tiene la imagen. Es del 5 de febrero de 1976 y de un concierto de Raimon en Madrid. Aunque no se fue allí a oír música sino a un acto político. Asistieron las figuras más populares de la oposición antifranquista o, para ser precisos, del movimiento contra la dictadura. A esos efectos, Felipe González era un recién llegado. De ahí que su presencia despertara curiosidad entre quienes no siendo líderes de nada, llevaban más tiempo en aquellos trabajos, que no dejaban de ser esforzados y arriesgados. Los únicos socialistas que hasta entonces conocíamos eran los que pastoreaba Tierno Galván.


Las distorsiones de que ha sido objeto esa época, terminal y germinal, son de tal calibre, que un acto como ese concierto-mitin resulta hoy casi ininteligible. Al cabo de un año y medio se celebraron las primeras elecciones. Pienso que ninguno de los que aquella noche gritaron "libertad" sospechaba que cambiarían tantas cosas en tan breve período y, en buena parte, gracias a sus presiones. La "ruptura" que, al principio, reclamaba el grueso de la izquierda no se produjo. Pero ha habido, y es reciente, una ruptura de otra clase. Se ha cortado el cordón umbilical con la generación que alentó la Transición, que deseaba democracia, aunque para una minoría no fuera un fin, sino un medio, y que aprendió a ser tolerante en el proceso.

La política de nuestros días la hacen, en la izquierda, los que estuvieron ausentes de aquellas fatigas. Y no tanto por edad, que había quienes con quince años y aún menos se mojaban, como por indiferencia o, tal vez, miedo. Pero son los Zapateros, los que entonces siguieron el consejo de no meterse en políticas, quienes hoy ejercen de radicales. Se apropian de una memoria y un pedigrí ajenos, se remiten a una Historia reducida a panfleto y presumen de representar la continuidad con la izquierda antifranquista. Sin embargo, poco o nada tienen en común con ella. No con aquel PCE de la reconciliación nacional que facilitó que la mutación transcurriera sin traumas. Ni siquiera con aquel González de aire idealista que retrata la foto. De esas cuadras vienen, sí, pero son de otra pasta. El cainismo y el sectarismo que hoy nos asfixian no tienen su origen en aquel tiempo.


Libertad Digital - Opinión

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