viernes, 8 de enero de 2010

La cuestión catalana. Por José María Carrascal

ESE señor que pide a todos los catalanes hacer frente común contra una posible devaluación del Estatut es el mismo que ha sido incapaz de poner de acuerdo a los tres partidos del gobierno que preside sobre algo tan elemental como las veguerías o administraciones supramunicipales catalanas. Como sobre casi todo menos sobre mantenerse en el poder a toda costa. Y si actúan así en el gobierno, no quiero decirles cómo actuarán en la oposición.

Es este un aspecto apenas estudiado de la «cuestión catalana», por gastarse toda la pólvora en el contencioso contra España, especie de niebla que oculta las debilidades catalanas, ya que las españolas han sido expuestas, analizadas, denunciadas y caricaturizadas mil veces. Pero ¿se imaginan la que se armaría al día siguiente de obtener la reclamada autodeterminación? ¿Se imaginan un Parlament con personajes como Carod Rovira, Mas, Puigcercós, Laporta, Carme Chacón, Toni Comín, Alfons Tena, ya sin una España a quien poder echar la culpa de todas las desgracias que caen sobre Cataluña? Porque España es la gran reserva del nacionalismo catalán, su frontón en el que estrellar todas las pelotas. En realidad, lo único que les une, al tiempo que su gran coartada para no presentar un programa como nación y como estado. En el momento que se quedaran solos, aquello iba a ser un gallinero alborotado.


Una personalidad de las letras catalanas, cuyo nombre no voy a dar para que no sea arrastrado por el fango, me decía en un momento de amargura: «Lo que siempre ha faltado a Cataluña han sido líderes. Hemos tenido muchos trovadores y muchos tartarines, pero líderes de verdad, enérgicos, decididos, dispuestos a cortar por lo sano y llegar hasta el final, ninguno». Sigue sin tenerlos. Tan escasos andan de líderes que han tenido que echar mano de Montilla, que tiene de líder lo que yo de obispo. Y sin líderes no se va en política a ninguna parte, se queda uno donde está, quejándose, gimiendo, reclamando... y mostrando la falta de proyecto conjunto, la ausencia de cohesión interna. Ni siquiera sobre esas jaleadas «consultas populares» se ponen de acuerdo los nacionalistas catalanes, con unos dispuestos a seguir con ellas y otros considerándolas prematuras, inútiles o incluso peligrosas.

El nacionalismo catalán se ha detenido en el «hecho diferencial» respecto a España. Pero no se ha atrevido a dar ni un solo paso hacia algo tan importante como son los hechos diferenciales dentro de Cataluña. Que son múltiples y tan «cainitas» -palabra usada más de una vez recientemente en «La Vanguardia»- que les impide ponerse de acuerdo incluso sobre las veguerías.

Lo que demuestra que son tan españoles como los demás. O ¿qué se creen, que los demás no somos también diferentes y no nos gusta poner verde a España? Sólo que no vivimos de ello.


ABC - Opinión

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