viernes, 8 de enero de 2010

España torpe, pero una. Por M. Martín Ferrand

ES muy discutible, contra lo que afirma la ministra de Defensa, que «la condición de ciudadano no pueda detenerse a las puertas de los cuarteles». Por razones generacionales, Carme Chacón debe de haber visto Barrio Sésamo y, sólo por ello, estar en condiciones de distinguir entre «alto» y «bajo», «ancho» y «estrecho» e, incluso, entre «civil» y «militar». La grandeza de la profesión castrense se sustenta, precisamente, en la renuncia que exige a sus miembros para mejor defender los derechos civiles de los demás. Del mismo modo que no se puede conciliar el grado de coronel con la condición de alcalde, tampoco es posible, ni deseable, que un sargento ejerza como enlace sindical. Son territorios diferentes y la situación laboral de los militares exige un tratamiento distinto, adaptado a la funcionalidad y responsabilidad de su función, del que resulta válido para los trabajadores civiles. El progresismo entendido como formulación demagógica es lo que debe detenerse a las puertas de los cuarteles.

En lo que sí acierta Chacón es al afirmar que «no puede haber unas Fuerzas Armadas a la medida de cada Gobierno». Aquí, sin grandes diferencias entre los distintos colores políticos, cada Gobierno ha querido implantar «su» Educación, «su» Justicia, «su» Sanidad, «su» Política Exterior y, naturalmente, «su» Defensa. El resultado es espasmódico y, perfeccionado por las variables que aportan las distintas Autonomías, surge un puzle en el que no ajustan las piezas ni es único el dibujo que trata de componerse. La idea del Estado como prioridad y la Nación como prevalencia parece repugnar al caciquismo anacrónico a que nos ha llevado el desmedido desarrollo del Título VIII de la Constitución en el que ya pueden vislumbrarse diecisiete bilateralidades distintas entre España y cada una de sus Autonomías. Un disparate previsible, aunque no previsto, en el que se fundamentan las principales tensiones internas que padecemos. Si se le añade al caso una política socioeconómica disparatada, de inspiración sindical y obediencia gubernamental, tendremos el marco de un cuadro terrorífico. «Una torpe España», como dicen los colegas del Financial Times. En los grandes diseños de futuro, desde la Educación a la Defensa, es exigible el acuerdo previo de, al menos, los dos grandes partidos que todavía se dicen nacionales, aunque no lo sean tanto en sus prácticas periféricas.

ABC - Opinión

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