jueves, 21 de enero de 2010

Inanidad o Veuve Cliquot. Por Hermann Tertsch

ENTRE las muchas tristezas y humillaciones, privaciones y depravaciones que los seis años triunfales de nuestro Gran Timonel nos han granjeado está el hacer el auténtico payaso en el Parlamento Europeo. No podía ser de otra forma. Existen hoy en día pocas personas medianamente educadas y estructuradas política y culturalmente que puedan soportar un discurso de nuestro chico yeyé de León/Valladolid diciendo las sinsorgadas con las que nos suele torturar en el Congreso de los Diputados o en la Moncloa. Quien no sabe decir nada no puede esperar que nadie le escuche. Lo peor, lo más humillante eran los aplausos aburridos de su secretario de Estado para Europa, al que le costaba ayer realmente hacer unas palmas. Como si estuviera en una plaza de toros de tercera viendo al peor de los más torpes matarifes. Y eso que nuestro Zapatero estaba en un auditorio medianamente agradecido que está repleto de personajes que tienen poco más o menos su mismo perfil, es decir, ninguno. No es ninguna novedad el hecho de que el presidente español, presidente colateral de la Unión Europea durante sus seis meses de felicidad, no dijera absolutamente nada. Nada tiene que decir.

Y a nadie le importa si quiere decir algo en alguna ocasión. A nadie le importaba la retahíla del palabrerío inane de un dirigente español que no significa nada. Y la inmensa mayoría del Parlamento se nos fue al bar o en las tabernas circundantes. Gracias a Dios, en los últimos veinte años hemos visto como el mundo en torno a las instituciones europeas han generado toda una cultura de gastronomía y bebida. Yo estaba como un idiota viendo a nuestro presidente hablar de solidaridad, generosidad, entusiasmo y quién sabe si también de longevidad, mientras suponía a los representantes europeos tomándose un Chardonay o un Veuve Cliquot, bien fríos y rodeados de gente divertida. Está claro que aquí sólo hacemos el idiota los que cada vez viajamos menos. Aunque tengamos asegurada la ventaja de que nuestro presidente, que intenta quitarse el pelo de la dehesa a base de palabras conmovedoras en sede europea -solidaridazzzz, pazzzzz, unidazzzz y muchas mazzzz-, por lo menos viaja un poquito y, aunque no se entere de nada de lo que sucede en su entorno, por lo menos ve un poco de mundo. Y además está un poquito lejos. Lo que siempre aumenta nuestra seguridad y salubridad.

Les ha dicho nuestro Gran Timonel a los pocos europarlamentarios que han tenido la santa paciencia de aguantar todo su discurso sobre la nada que, visto todo con buena voluntad, vamos como Dios. Y nos va a ir de miedo si le hacemos caso en no sabemos nadie qué. Obviamente, los parlamentarios más inteligentes estaban de degustación vinícola. Las tabernas circundantes bullían. Los tristes que se quedaron aplaudían como se hacía en su día a Rafael de Paula cuando, ante un morlaco serio y con buen talante de torero gitano, se había decidido a dejar que el toro muriera de hastío. A pocos días de irse a rezar con el Cardenal Segura redivivo en ese país avieso que son los Estados Unidos -hay que ver la coña que tiene la obsesión por una foto con Obama que Sonsoles quizá no permita difundir- nuestro presidente ha sido tan bueno, tan bueno, en su discurso que al final nadie ha sabido si decía algo. Por eso le ha aplaudido Diego López Garrido, nuestro especialista en la Unión Europea. Aunque también él tan aburrido como todos los demás. Como el Gran Timonel vea las imágenes televisivas de los aplausos tibios de su secretario de Estado nos manda a López Garrido de vuelta a Izquierda Unida para disputarse el peluquín del FBI con Llamazares, que ya es casi un hombre al verse perseguido por las fuerzas del mal. En fin, señores, me da un poco de vergüenza haberles escrito una columna sobre algo que carece de la menor importancia. Pero siempre debe haber días para frivolidades.


ABC - Opinión

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