viernes, 15 de enero de 2010

Economía sumergida sin ruido de cacerolas. Por Antonio Casado

Los furiosos adversarios de Zapatero no han prestado atención a las recientes declaraciones del ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, sobre la economía sumergida. Sólo un compañero del Gobierno ha osado corregirle sobre el imposible metafísico que encierra el recuento de lo oculto. Cierto. El ministro cifró la economía sumergida en España entre el 16% y el 20%. Y veinticuatro horas después el secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, consideró “excesivamente osado” pretender cuantificar lo que está sumergido.

Lo que dice Campa es de sentido común. Y lo que dice Corbacho nos pone en la pista de uno de los aspectos menos debatidos de la crisis en España. De sus efectos sobre el ciudadano medio, por ser más precisos. Me refiero al impacto social del paro. Hasta la fecha 3.923.603 españoles buscan trabajo y no lo encuentran. “Cuatro millones, prácticamente”, dice Mariano Rajoy. Por redondear. Al alza, claro, porque forma parte de la estrategia de su partido el uso de los malos datos económicos para echar a Zapatero de la Moncloa. Es el juego político.


Así que, en su discurso del pasado lunes antes la Junta Directiva del PP, la descripción del mal volvió a comerse el remedio ¿Casi cuatro millones de parados? Mucho más, si contamos a quienes no figuran como parados en las listas del INEM por estar en cursos de formación, por ser preceptores del subsidio agrario, personas de disponibilidad limitada o simplemente los que han caído ya bajo los efectos del desánimo y ya ni se molestan en buscar trabajo.

Una forma de corrupción

Correcto. Todo eso es verdad a la hora de sumar parados reales, incluso hasta los 4.440.000 calculados por Euroestat (19,4 % de nuestra población activa, que se dice pronto). Sin embargo, a Rajoy se le olvidó restar de la cifra de parados reales a quienes están en la economía sumergida, sobreviviendo sin problemas a la crisis pero figurando oficialmente como parados en el INEM o en las encuestas de población activa ¿Cuántos son? Los necesarios para generar hasta el 20 % del Producto Interior Bruto (PIB), según el ministro de Trabajo. Imposible de cuantificarlo en una economía en transformación, según el secretario de Estado de Economía. Pero ningún observador de la realidad española negaría el efecto de la economía sumergida como suavizante social del escenario descrito por Rajoy en su discurso del lunes pasado.

A un escenario económico de general empobrecimiento relativo de la población, con las pavorosas cifras de paro que nos agobian, donde el 43% de los parados son jóvenes menores de 25 años y donde un millón de parados carece de cualquier tipo de cobertura, le corresponde un escenario social próximo a la revuelta. Pero nadie diría que el ruido de cacerolas es ensordecedor, que el país está a punto de estallar, que planea el fantasma del hambre o que hay que abrirse paso entre los mendigos.

La economía sumergida en realidad una forma de corrupción. Una prueba de ineficacia de los poderes públicos para conseguir que lo sumergido dé la cara ante la Contabilidad Nacional y la Hacienda Pública. Pero está contribuyendo a evitar el ruido de cacerolas. También la cobertura familiar, muy arraigada en España. Y además, el subsidio por desempleo y la voluntad política de apoyo a los más desfavorecidos. Con dinero público, por supuesto, y en línea con lo que se espera de un Gobierno de izquierdas. Empezando por los desempleados: en 2009 más de 30.000 millones de euros en gasto por desempleo, según datos manejados por Mariano Rajoy a la hora de reprobar semejante derroche. Bien. Es una opción. En democracia, las opciones pasan por las urnas. Ya veremos.


El confidencial - Opinión

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