jueves, 7 de enero de 2010

¡Bienvenido, Mr. Bean!. Por Federico Quevedo

La verdad es que el estreno de la Presidencia española de la UE no podía haber sido más tronchante. Es cierto que la imagen del rostro del actor y humorista británico Rowan Atkinson, más conocido como Mr. Bean, dando la bienvenida en la página oficial de esa presidencia patria, en lugar de la de Rodríguez Zapatero, tuvo una presencia corta, pero fue suficiente para que todo el mundo –en este caso mundo entendido como globo terráqueo- cayera en la cuenta de la hilaridad del parecido. Tal y como publicaba ayer este diario, hasta en Singapur se hicieron eco los medios de comunicación del hecho. Un hecho que, por cierto, más pronto o más tarde tenía que acabar sucediendo. Aquí en España ya habíamos caído en la extraordinaria coincidencia física entre ambos personajes –en este mismo Dos Palabras he dado cuenta de ese singular parecido en más de una ocasión, creo recordar-, pero ahora ya es público y notorio fuera de nuestras fronteras que Mr. Bean tiene un doble que a veces, incluso, le supera en ocurrencias, con la única diferencia de que las del humorista inglés nos hacen reír, y las del presidente español, sufrir.

Rodríguez-Mr. Bean, Mr. Bean-Rodríguez… Sin embargo, y al contrario de lo que cabría suponer, no es el presidente español quien debiera sentirse molesto por la comparación, sino el genial humorista inglés: desde un punto de vista personal, que a uno le destaquen su parecido con el campeón del paro en la UE no es ninguna alabanza, sino más bien todo lo contrario. Pero no está mal que haya sido así, porque de alguna manera este hecho ha venido a poner las cosas en su sitio respecto a un asunto que el Gobierno tenía intención de explotar hasta la saciedad, es decir, la Presidencia española de la UE.

Rodríguez tenía y tiene, y ahora ya me van a permitir que me tome esto en serio, un problema muy grave de imagen y aceptación en el ámbito internacional, que se corresponde con el fortísimo deterioro de nuestra presencia como país en los distintos órganos decisorios a este y al otro lado del Atlántico y que ni siquiera nuestra presencia a hurtadillas en las dos últimas cumbres del G-20 ha podido contrarrestar. Hoy en día España no tiene papel alguno en la escena internacional, no es un país de referencia, ni siquiera en asuntos en los que antaño teníamos el marchamo de ser imprescindibles como son los que afectan a Iberoamérica, al Norte de África e, incluso, a Oriente Medio. Hace ya tiempo que dejamos de ser lo que en el lenguaje internacional se conoce como un ‘país fiable’, y acontecimientos recientes como el secuestro del Alakrana o el ‘caso Haidar’ han contribuido a empeorar aún más la opinión que se tiene de nosotros fuera de nuestras fronteras. Francamente, lo único que puede decirse hoy por hoy es que solo servimos como lacayos de Washington para decir ‘sí’ a todo lo que surja como propuestas bélicas de la Casa Blanca, y sin derecho a poner los pies encima de la mesa del Despacho Oval.

Al nivel de los países postcomunistas


A esa pérdida indudable de presencia internacional, de papel en la resolución de conflictos y la toma de decisiones, se une además la opinión cada vez más extendida entre los organismos internacionales de que Rodríguez es un presidente en horas bajas por culpa de su gestión interna. De cara al exterior, lo que más llama la atención es cómo un país que había conseguido en muy poco tiempo asombrar al mundo con un espectacular desarrollo económico ha sido capaz de tirar por la borda todo lo conseguido en estos años atrás para situarse al nivel de los recién llegados a la UE, países post-comunistas que en muchos casos recuerdan a la España de los años 70 y 80. El ‘milagro económico español’ es ahora el ‘desastre económico español’: 4,5 millones de parados que doblan la tasa de la UE, una economía en recesión que amenaza con ser la última que despegue de toda la Unión y una tasa de déficit público y endeudamiento insostenibles. Las medidas del Gobierno no han servido para nada, y lejos de enmendar sus errores Rodríguez parece dispuesto a perpetuarse en ellos a tenor de sus propias declaraciones estos días. Todos los organismos nacionales e internacionales le han exigido reformas que el presidente no está dispuesto a acometer en la dimensión que precisan.

¿Y con esos mimbres quiere construir una Presidencia de la UE que lidere la salida de la crisis? Era lógico, completamente lógico, que a alguien se le ocurriera dar al ambicioso proyecto del Gobierno español la dimensión que precisa: la de una broma de mal gusto. Y no por Mr. Bean, sino por Rodríguez.


El confidencial - Opinión

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