sábado, 23 de enero de 2010

Ahora que puede, algunos no quieren que Rajoy gane . Por (Federico Quevedo

Obviamente, porque no tendría sentido que fuera así, no me refiero a los socialistas. No se quién dijo aquello de “líbrame Dios de mis amigos, que de mis enemigos ya me cuido yo”, creo que la frase se le atribuye a Churchill, aunque también a Pío Cabanillas de quien recuerdo aquella otra de “cuidado, que vienen los nuestros”. Lo cierto es que en la vida diaria de la derecha española ambas frases son aplicables sin muchos condicionantes: el cainismo al que nos tiene acostumbrados la derecha española sigue estando ahí, y aflora como lava hirviendo cuando quien dirige los pasos del hoy principal partido de la oposición tiene más cerca que nunca la posibilidad de ocupar el poder. Son pocos, es cierto, incluso diría que a día de hoy caben en un taxi, pero hacen mucho ruido. Tanto, que logran llamar la atención de los medios -por otro lado muy proclives a ver problemas donde no los hay cuando del PP se trata- y distraerla de los asuntos verdaderamente importantes, principalmente los que ocupan a la errática labor de un Gobierno en cuyo declive ha decidido arrastrarnos a todos.

Hay principalmente tres asuntos que han hecho saltar al sector que agrupa la intolerancia de la derecha activado por el resorte de la intransigencia: el decreto sobre bilingüismo de la Xunta de Galicia, el documento sobre Educación y el debate con Rodríguez en el Parlamento Europeo. Del segundo asunto ya escribí largo y tendido el pasado jueves -ver artículo-, pero la idea inicial me sigue resultando válida para éste, sobre todo teniendo en cuenta que hubo quienes no entendieron o no quisieron entender la ironía del titular. Aquí se pueden hacer dos cosas a la vista del desastre de país que nos está dejando Rodríguez: o actuar al modo del radicalismo -más o menos como nos tienen acostumbrados los intolerantes de la izquierda y el nacionalismo- e incendiar La Moncloa, o introducir algo de sensatez en el debate político. Lo primero tiene como consecuencia que actúa como despertador de los sentimientos más enconados de ambas partes, y ahí suele perder la derecha. Lo segundo activa, sin embargo, la atención de esa mayoría silenciosa que huye de radicalismos, que está harta de Rodríguez y que necesita el asidero de un proyecto político que le aporte tranquilidad y serenidad.

Y en esa segunda derivada el partido de Rajoy parece encontrarse bastante cómodo. ¿Implica eso abandonar o traicionar los principios, como se afirma desde el talibanismo derechil? No, pero sí implica tomar decisiones que a veces pueden resultar no muy fáciles de entender para ciertos sectores duros de mollera, pero que convencen a buena parte de la población de que se encuentran ante un partido con sentido de Estado y en consonancia con la mayoría. El decreto aprobado por el Gobierno de Núñez Feijóo en Galicia es, probablemente, uno de los descubrimientos jurídicos del momento, por la habilidad con la que la Xunta ha conseguido conjugar la convivencia equilibrada de dos lenguas, ambas oficiales según la Constitución, sin que ninguna de ellas se pueda ver o sentir marginada por la otra. La decisión ha molestado sobremanera a un extremo y al otro del nacionalismo, hasta el punto de coincidir ambos en la crítica exacerbada y, en el caso de la izquierda, violenta contra el nuevo Gobierno de la Xunta. Cuando los extremos coinciden, quiere decir que quien ocupa el centro ha acertado en su decisión, sin lugar a dudas.

Ese mismo mensaje de sentido de Estado, equilibrio y moderación es el que ha querido hacer llegar el PP a la mayoría de los ciudadanos rehusando a utilizar de modo partidista el debate de Rodríguez en el Parlamento Europeo. ¿Significa eso que el PP comparte la política de Rodríguez? Cabría alguna duda si en el Parlamento español los ‘populares’ mantuvieran alguna clase de ambigüedad, pero es evidente que no. Las críticas que diputados de otros países hicieron a Rodríguez por su política errónea e incapacidad de liderazgo de la UE para salir de la crisis son suficientemente implacables como para necesitar que también los eurodiputados españoles del PP hurguen en la herida. El ensañamiento suele ser muy mal consejero, y Rodríguez está lo suficientemente ‘tocado’ como para permitir al PP un gesto de entereza que lejos de hacerle perder votos, le hace ganar en responsabilidad y sentido común. Pero nada de todo esto convence a ese sector que Ignacio Villa llamaba el viernes por la mañana desde los micrófonos de la COPE “la derecha de la derecha”, y que por intereses partidarios, o espurios, o simplemente porque en el fondo viven mejor en la oposición a Rodríguez, han vuelto a las andadas contra Mariano Rajoy.


El confidencial - Opinión

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