martes, 15 de diciembre de 2009

Monumento al Zapaterismo. Por M. Martín Ferrand

AQUELLO que, con patética ironía, versificó Miguel de Cervantes para expresar su pasmo ante el túmulo a Felipe II levantado en la Catedral de Sevilla bien podría servirnos hoy para describir el exceso de nuestras instituciones y la desmesura, diz que representativa, con la que actúan nuestros líderes:
«Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque, ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?»

En esta democracia nuestra, en la que los ruidos —muchos, demasiados— tratan de disimular la escasez de nueces, todo se nos va en fastos huecos y ceremonias grandilocuentes. La pomposa Conferencia de Presidentes que ayer se produjo en el Senado es una buena prueba de ello. Un invento para disimular la falta de contenido que define a la Cámara Alta.

Lejos de pretender que las Cámaras, y demás instituciones derivadas de la Constitución, funcionen con la precisión de un reloj suizo, el Gobierno y la Oposición, en feliz compaña, se obstinan en incrementar el folclore con el que suelen difuminar responsabilidades y encubrir las carencias de las que cuelgan buena parte de nuestros males colectivos. Tiene su toque esperpéntico que, para darle al Senado una verosimilitud como Cámara territorial, que no lo es, se reúnan en él los presidentes autonómicos, que no son senadores, y que les acompañen los llamados Agentes Sociales, que si son sociales no son agentes y que, en cualquier caso, no son consecuencia de una elección popular y no se integran en ninguno de los tres grandes poderes del Estado.

Es evidente que nuestra democracia, poco representativa y nada parlamentaria, como acredita la Conferencia de Presidentes, está exigiendo trabajos de mantenimiento y proyectos de reforma, pero no verbenas y fuegos artificiales. La reunión de los presidentes regionales, además de reforzar con alarmante demasía la influencia de los grupos nacionalistas periféricos y separatistas —ya primados por el sistema electoral— ningunea el trabajo (?) de los senadores y saca de sus cauces ordinarios la discrepancia y el consenso que cabe esperar de las sesiones camerales. Verdaderamente, sorprende y maravilla esta máquina insigne y este despilfarro de riqueza que, tan tonante como inútil, evidencia la carcasa hueca de un Estado en crisis y la extraña enfermedad de una Nación sin pulso. Su descripción no vale un par de euros.


ABC - Opinión

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