martes, 17 de noviembre de 2009

El melonar constitucional. Por M. Martín Ferrand

EN los mentideros próximos al Tribunal Constitucional se habla más de los posibles sustitutos de su presidenta, María Emilia Casas, que sobre las deliberaciones en torno al Estatuto de Cataluña que, desde hace tres años, es fuente principal de los desvelos de tan innecesaria como polémica institución. La ponente del caso, Elisa Pérez Vera, lleva ya redactados cinco borradores de resolución, pero ninguno de ellos consigue un número de adhesiones y rechazos lo suficientemente equilibrados para evitar el escándalo de la goleada y alcanzar una prudente mayoría con la mínima distancia, sin humillaciones ni tremendismos. ¿Un imposible metafísico?

La semana pasada los diez magistrados que participan en el asunto, ya que uno de los doce titulares está recusado y el otro no ha sido sustituido tras su fallecimiento, hicieron una valoración prospectiva del proyecto de la ponente y el resultado no les satisfizo. Una mayoría entiende que Cataluña no es una Nación y que, según la Constitución, no puede ser obligatorio el uso del catalán. Esa práctica, según leo y escucho en diversos medios informativos, ha escandalizado a gran número de personas y, por igual, a partidarios y contrarios al Estatut que, en su día, elaboró el Parlamento de Cataluña y sancionó el Congreso de los Diputados. No hay razón para el escándalo. La técnica fue de uso común en la escuela de Villaconejos.

Villaconejos es una pequeña localidad madrileña que, desde principios del XIX, alcanzó fama por la calidad de los melones que allí se producían. Tan grande fue su éxito que multitud de cuadrillas de conejeros se contrataron en tierras de las dos Castillas para el cultivo de los melones. Llegaban en la época de la siembra, se instalaban en una cabaña de fortuna y allí permanecían atentos a su función hasta la recogida de los melones. Incluso los volteaban en la mata para alcanzar una mejor exposición solar. De ahí los trasladaban a los mercados y, especialmente en Madrid, los dispensaban en tinglados provisionales instalados en la vía pública. Alcanzaron prestigio y precio porque introdujeron para el consumidor el derecho a cala y cata, de modo que se garantizase la satisfacción de los melonadictos. Las deliberaciones prospectivas del TC, la cala y cata previos a la aportación de una resolución, entronca con la tradición. No necesariamente con la constitucional, pero las costumbres también hacen leyes.

ABC - Opinión

0 comentarios: