
No se puede actuar peor ante una crisis. Primero por la negativa de Defensa a embarcar soldados en los pesqueros del Índico, como Francia, y la tardanza en autorizar la alternativa de mercenarios armados. Después por la arrogante decisión de hacer pública la detención de dos piratas y dar pie a que Garzón tratara de lucirse reclamándolos sin lograr otra cosa que un sainete judicial y el agravamiento de las condiciones de rescate. Luego ha venido el trato displicente a los familiares de los secuestrados, denunciado por ellos mismos, y el empantanamiento de las negociaciones. Y por último, hasta ahora, la sensación de caos y apocamiento en un apuro que ya no tiene salida política honrosa salvo la de apresar a posteriori a los asaltantes.
Capítulo aparte merece ese juez cuya intervención jactanciosa y precipitada ha bloqueado el problema. Un Garzón incapaz de resistir, pese a que estaba de suplente, la tentación de reclamar su cuota de protagonismo. No le han ido a la zaga su compañero Pedraz y el resto de la Audiencia con el vodevil sobre la edad de ese piratita al que le han hecho más radiografías que a Cristiano Ronaldo. Pero si Garzón reclamó a los detenidos fue porque el Gobierno anunció que los había apresado para sacar pecho y mostrar tardía energía sin calcular que, dispuesto como estaba a negociar, disponía de una eficaz moneda de canje.
Todo parte de unos escrúpulos prejuiciosos sobre el ejercicio de la legítima violencia defensiva, que han bloqueado durante meses la protección de los pesqueros y convertido a la Armada en espectadora de un delito flagrante. El resultado de este cúmulo de desatinos es la humillación de un Estado democrático de hinojos ante un grupo de filibusteros desharrapados. A estas alturas será mal menor si los rehenes salen ilesos, pero ese alacrán le va a picar al Gobierno y a su presidente. Vaya si les va a picar.
ABC - Opinión
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