sábado, 31 de octubre de 2009

El amable estafador. Por Joaquín Leguina

Félix Millet, el “ciudadano que nos honra”, recibió en 2008 este título en presencia de las autoridades catalanas y del Ministro de Cultura y, apenas un año después, se ve ante la Justicia por haber “levantado” del Palau de la Música entre 20 y 30 millones de euros. Pero, claro está, un señor a quien también se le otorgó la “Creu de Sant Jordi” (Pujol) y la llave de Barcelona (Maragall) no puede ser tratado como un vulgar ladrón de gallinas. Quizá por eso el juez instructor, Juli Solaz, no ha visto indicios de malversación y ha decidido dejarlo libre con cargos, pero sin fianza. Y yo me pregunto: ¿dónde tendrá los ojos este lince?

Aparte de sueldos y dietas millonarias, de bodorrios de hijas y de putas (incluyendo los preservativos), el señor Millet se lo llevaba crudo y aún le sobraba para financiar a los partidos, con especial dedicación al CDC de Artur Mas. Pero este mangante es algo más. Se ha convertido en el paradigma de la Cataluña oficial, gente capaz de rechazar cualquier crítica con el simple exorcismo de la “catalanofobia”. Porque los políticos catalanes no responden ante los ciudadanos ni ante Dios ni ante la Historia. ¿Por qué? Porque ellos son Cataluña, la Cataluña eterna.

Millet es, también – y lo ha hecho con gran solvencia-, el representante de toda esa legión de las familias catalanas (miembros de las “cuatrocientas familias” que, según Millet, son las que mandan en Cataluña: las del Liceo, de la Caixa, del Barça, del Círculo Ecuestre, del Club de Polo… ) que fueron franquistas prácticos y pasaron sin cambiarse la ropa a servir al nacionalismo sin hacerle ascos al PSC (“esos chicos que eran progres en su juventud y que hoy nos sirven para que los votantes charnegos no se nos salgan del redil”).

Millet se verá ante los jueces y saldrá de la vida social, pero aún le quedará pasta para echar unos quiquis en el piso de la calle Verdaguer i Callí, donde puso, por cuenta del Palau, su nidito de amor mercenario… Y el resto, como en Hamlet, será silencio.

El blog de Joaquín Leguina

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