
Sea como fuere, el terco tesorero ha sembrado de nervios las filas populares, que piafan de impaciencia en torno a un Rajoy estatuario. El lunes, en la cena de los Cavia, el gallego habló en los corrillos con la ambigüedad de un oráculo: «los tiempos y las prioridades», repetía, «los tiempos y las prioridades». Tiene el partido como un flan y parece que empieza a gustarle el papel de patriarca impávido. Quizás esté utilizando a Bárcenas como fusible, como un escudo, sabedor de que en el fondo no es a Bárcenas a quien persiguen los conspiradores. Si lo echa a los leones éstos no se entretendrán un minuto en devorarlo; buscan, los de fuera y los de dentro, carne de mayor enjundia.
Andaba por allí Aznar, bromeando con el Rey que no se atrevía a encender un puro. Uno de los patricios me lo señaló en un aparte: «a ése le duraría Bárcenas un suspiro si se atreviese a chulearlo». Le respondí, por provocar, que fue en tiempos del César cuando los corruptos le llevaban dinero a Luis el Cabrón, sea quien sea, aunque los tiros no van por ahí; Bárcenas puede saber muchas cosas, pero no parece de los que sueltan mierda para taparse. Por si acaso, en la planta noble de Génova 13 han consultado a Álvaro Lapuerta, el anterior tesorero, un «pata negra», y éste ha meneado la cabeza como los hombres de respeto de Sicilia: su proahijado no soltará prenda. No al menos sobre nada que comprometa al núcleo duro.
Pero acaso otros no estén tan tranquilos y por eso conspiran para meter presión desde sus zonas de sombra. El cainismo siempre deja pendientes deudas, y un hombre acorralado puede cobrarse a destiempo alguna cabronada.
ABC - Opinión
0 comentarios:
Publicar un comentario