
Pero hay otra actividad que al presidente le gusta tanto como subvencionar, y es regular mediante leyes el funcionamiento de sectores que funcionan bastante bien por sí solos. Legislar es su forma de intervenir la sociedad según su invasivo concepto de la socialdemocracia. Este Gobierno tiene una pronunciada inclinación a inmiscuirse en las formas de vida de los ciudadanos, sea su forma de conducir, beber, estudiar o hasta amarse, y esa tendencia se vuelve compulsiva cuando se trata de dirigir la actividad socioeconómica. La crisis le ha servido el pretexto para entrometerse a través de la planificación del «modelo económico sostenible», que viene a ser un modo de decretar lo que hay que producir y lo que no y, por supuesto, lo que hay que subvencionar y lo que no. Así que ayer anunció que se pondrá en otoño manos a la obra, a legislar sobre la duración de las centrales nucleares enmendándole la plana a los técnicos, esos ignorantes que no entienden la capacidad transformadora de la política.
Eso pasa por discutirle cuándo hay que cerrar Garoña. Se va a enterar el Consejo de Energía Nuclear de lo que vale un peine socialdemócrata; qué es eso de decidir la vida útil de un reactor entre unos cuantos expertos que ni siquiera saben nada de subvenciones. Eso no es democracia deliberativa, ni participativa, ni republicanismo cívico. Los reactores duran lo que el Gobierno diga que han de durar, y para evitar malas interpretaciones, se hace una ley y punto. Una ley basada en el principio de Humpty Dumpty sobre la semántica y el pragmatismo. Que traducido al lenguaje zapaterista viene a resumirse en sólo dos artículos: el presidente siempre tiene razón, y cuando no la tenga se aplicará el artículo primero. En punto a energía, a ver quién es más enérgico.
ABC - Opinión
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