
El dirigente del partido paleto, Íñigo Urkullu, es el paradigma de la simpatía social. Se supera a sí mismo día tras día, y con creces. Lo que se dice un hombre encantador. Se le advierten brotes de preocupación en su retorcido tronco. Su última reflexión hablada merece un estudio detenido que no me propongo analizar por lo mucho que me aburre. Son encantadores pero muy aburridos. Excesivamente persistentes en la amabilidad. Decir que «se están cometiendo excesos con la orden de retirar pintadas o carteles relacionados con ETA» podría haber sido contestado con una indignada sentencia de la sociedad años atrás. En la actualidad no es más que el chiste malo y negro de un patoso tostón. Se han quedado sin la esperanza de Estrasburgo, para colmo de males. Porque estos paletos son mucho menos si no tienen detrás a sus sobrinos descarriados.
Y sin negarles esa adorable simpatía que esparcen por todos lados, en sus palabras hay un algo que deja intuir la existencia de un problema insalvable. Que nadie interprete mi escrito como un señalamiento de que el PNV está hermanado con la ETA. Pero es cierto que sin la ETA, sin Batasuna, sin los barrios amigos del terror, el PNV jamás se habría mantenido en el Gobierno vasco durante treinta años. Eso, el árbol y los frutos. Unos lo menean y otros recogen la cosecha. No lo digo yo, que Arzallus se encargó de buscar, idear y hacer pública la simpática metáfora. Para el encantador Urkullu «se están cometiendo excesos» con la ETA. El nuevo Gobierno vasco ha decidido limpiar de imágenes de asesinos los muros más orinados de la tierra vasca. Y eso, a un nacionalista se le antoja un exceso. Adorables, pero sin remedio. Muy boronos y jebos. Sólo de allí, aldeanos por vocación. Estrasburgo les queda muy lejos, y Madrid aún más. Han conseguido que Miranda de Ebro, Laredo o Ezcaray se hallen en otro continente. Porque, simpatía aparte, su capacidad analítica ha alcanzado un nivel de perversidad cimarrona y necia que a la gente normal le suena a inalcanzable. Para esa gente normal a la que me refiero, los que han cometido excesos desde hace cuarenta años son los terroristas de la ETA. Excesos de sangre, que son peores que otros abusos.
En un Estado de Derecho, y es bueno que lo sepa el simpático Urkullu, no es habitual ni lógico ni normal que los rostros de decenas de asesinos se expongan en las plazas y calles de las ciudades y pueblos. Esa villanía sólo le puede parecer normal a quienes son anormales, en el sentido que viven fuera de la normalidad, lejanos a la lógica y envenenados anímicamente por las circunstancias. Sucede que han sido tantos los exabruptos emitidos por los dirigentes del nacionalismo paleto que hoy sólo pueden ser analizados desde el más profundo hastío. Lo siento por mis lectores. El estado de ánimo del que escribe es el que llega y contagia a los lectores. Y hoy les he soltado un rollo descomunal, porque estos nacionalistas, aunque sean muy simpáticos y graciosos como Urkullu, no es que hayan terminado con nuestra paciencia, sino con la resistencia normal de la sociedad sana. Y dicen una barbaridad como la pronunciada por Urkullu y no nos deja otra salida que el aburrimiento. Así, que al menos, voy a intentar ser divertido al final. ¡Cataplás, porompompero,chimpón! Ni eso.
La Razón - Opinión
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