jueves, 25 de junio de 2009

Tres aviones y un presidente. Por M. Martín Ferrand

EN el Imperio de nuestro Carlos I nunca se ponía el sol. Ahora, mutatis mutandi, en donde el sol no sale es allí donde vuela -¡en escuadrilla!- José Luis Rodríguez Zapatero, apóstol pacifista, defensor de los derechos ajenos, conciliador de civilizaciones, valedor del tercer mundo y, en sus ratos libres, presidente del Gobierno de España. Los vecinos de Lomé, la capital de Togo, se quedaron sin un amanecer porque, dada la grandeza con que España se proyecta por el mundo, un Hércules y dos Falcom del Ejército del Aire, escoltados por varios millones de mosquitos locales, sobrevolaron el cielo togolés y se interpusieron entre el sol naciente y los habitantes de la vieja colonia alemana. La grandeur francesa, la más clásica, se queda en pañales ante una exhibición de medios como la del líder socialista español.

Viajes como este último, concordantes con los que suele hacer la vicepresidenta primera, demuestran el realismo político de Zapatero. Sabedor de la dimensión y potencialidad de su Gobierno ha querido poner la política exterior en la escala que se corresponde con el ministro titular, Miguel Ángel Moratinos. Mejor sería verle en Washington, Londres, París o Berlín, pero sabe que la única manera de parecer verdaderamente alto es rodeándose de personajes, naciones y circunstancias mucho más bajitos de lo que él y su Gobierno significan. Un viaje a Togo es un viaje, un punto de apoyo para que su máquina propagandística, lo único que le funciona, pueda amplificar la realidad y presentarle como gran luchador contra la pena de muerte.

Tras el despliegue aeronáutico de un viaje menor y risible, Zapatero ha vuelto a la realidad e insiste en no hacer lo que debiera y le aconsejan los expertos. Ha buscado como burladero, en el que defender su contumacia de las cornadas del paro y la pobreza crecientes, el pregón de su falso compromiso social. No quiere retroceder en las «conquistas» alcanzadas por el Estado de bienestar. ¿Quién le pide que lo haga? Remodelar la agotada falsilla de nuestras relaciones laborales y reformar el modelo económico ya caducado, cuando también el turismo anuncia crisis profunda, no es renunciar a nada. Es, sencillamente, enfrentarse a una nueva situación y tratar de evitar males mayores. Algo que exige un plan, un consenso profundo con el PP, y la renuncia de la picaresca oportunista con la que viene capeando su debilidad parlamentaria.

ABC - Opinión

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