Mi problema está en que me cuentan que el señor Garzón no paga 300 euros por una pezuña de corzo ni por una aleta de merlín. Supongo que esos trofeos para ciertas gentes son regalo de la casa. Ni siquiera los paga por pasar a sesenta kilómetros por hora por el túnel de la calle Costa Rica en Madrid. El juez de la Audiencia Nacional que quería ser presidente de ese tribunal especial y que tiene potestad legal y libertad para meternos a todos en la cárcel por lo que considere oportuno, va a pagar 300 euros como multa por dejar en libertad a dos traficantes de drogas. De los serios, no unos «dealers pringaos» de barrio. De los que inundan las ciudades de heroína y son responsables directos de que en la Cañada Real de Madrid o tantas zonas de España deambule un ejército de enfermos hechos unos espantajos. Cuentan que Garzón no se leyó todo lo que debía leer antes de dejar que estos dos personajes tomaran las de Villadiego. A nadie debe extrañar que alguien que escribe tanto lea tan poco. Solían decir de Todor Yivkov y de Nicolae Ceaucescu eran los únicos humanos que había escrito más que leído. Yo recuerdo bien como las inabarcables obras completas de esos dos grandes dirigentes alimentaban las estufas en aquel gélido invierno de los Balcanes hace ahora veinte años. Lejos de mi intención o deseo ver que las obras de Garzón corran la misma suerte. Creo que serán un útil testimonio para los estudiosos de nuestra propia balcanización política, intelectual y judicial. Pero animo a una cuestación pública para pagar la ominosa multa de 300 euros impuesta a Garzón por su despiste.
ABC - Opinión
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