sábado, 13 de junio de 2009

MANIFIESTO CONTRA LAS CENTRALES NUCLEARES, O CASI. Por Juan Carlos Escudier

El eventual cierre de la central de Garoña ha avivado el debate sobre el futuro de la energía nuclear en España que, como todo en este dichoso país, llega tamizado por la reyerta política. Así, se supone la derecha está a favor de esta energía y la izquierda en contra, aunque al credo del átomo se hayan sumado relevantes figuras del socialismo patrio como Felipe González o cuente entre sus sacerdotes con ministros del PSOE, como el titular de Industria Miguel Sebastián. Saltando por encima de ambas trincheras, se trataría de determinar si reducir la dependencia mundial del petróleo y, con ello, las emisiones a la atmósfera de CO2 hacen inevitable recurrir al uranio y sus derivados, sin entrar en los problemas asociados al almacenamiento de sus residuos.

La primera cuestión es puramente fabril. ¿Estaría en disposición la industria nuclear de ofrecer al mundo su presunta energía limpia en el plazo perentorio al que obliga el cambio climático? Y si fuera capaz de ello, ¿a qué coste? Sobre este último asunto, existen dos referencias recientes. Una la del reactor Olkiluoto 3, que se está construyendo en Finlandia, del que se dijo que se terminaría en el plazo récord de cuatro años (lo habitual son diez) por un importe de 2.500 millones de euros. Iniciado en 2005, se han anunciado ya varios retrasos que, según la francesa Areva, su impulsora, demorará su puesta en servicio al menos hasta 2012, con un sobrecoste de otros 3.000 millones de euros.

La segunda referencia es una detallada estimación de costos para una central nuclear comercial que una compañía norteamericana, la Florida Power and Ligth presentó en 2007 ante la Comisión de Servicios Públicos de Florida. Según el informe, el desembolso necesario para un proyecto de 2.200 megavatios con dos reactores de 1100 megavatios cada uno oscilaba entre los 12.100 y los 17.800 millones de dólares, o lo que es lo mismo, entre 8.600 y 12.500 millones de euros.

En definitiva, poner en marcha una central requiere mucho dinero y mucha paciencia. Y ello sin contar con que la capacidad de producción de su industria auxiliar es muy limitada. Sirva como ejemplo este dato que recoge un estudio de mayo de este año de la Fundación Ideas: sólo hay dos empresas en el mundo homologadas en la OCDE para construir las enormes vasijas metálicas de una sola pieza que requiere un reactor.

De ser posible, el renacimiento que predicen algunos de sus lobbies, como el español Foro Nuclear, entrañaría problemas adicionales. Uno de ellos sería el precio del uranio, que se ha multiplicado por diez en los últimos cinco años. Pero es que, además, no hay uranio rentable para tanta gente, que hubiera dicho Celia Cruz, al extremo de que un tercio de lo consumido en las centrales civiles proviene de stock militares. Es verdad que se podrían acometer nuevos yacimientos en el que el mineral estuviera presente en cantidades más bajas, pero su extracción requeriría demasiada energía convencional, o lo que es lo mismo, mucho dióxido de carbono, y habíamos quedado en que la energía nuclear era muy limpia. Y también es cierto que se confía en una nueva generación de reactores que funcionen con plutonio o con torio, que multiplicarían por cien el aprovechamiento actual del combustible. ¿Problemas? Pues que estamos ante una posibilidad teórica, como lo demuestra el hecho de que la partida recogida en el proyecto de presupuestos de EEUU de 2010 para I+D en este campo es de 191 millones de dólares. La IV Generación quizás esté a punto a mediados de este siglo y entonces habrá que enfrentar otro reto: siendo una constante la amenaza terrorista, ¿cómo se guardaría el plutonio y el torio, que son los ingredientes básicos de las armas nucleares? Y hablando de seguridad, ¿no constituyen las propias centrales objetivos perfectos para ataques de este tipo?

Por resumir, la energía nuclear es cara, lenta, contaminante en sus fases previas, y peligrosa, y todo ello sin contar con que seguimos sin saber muy bien qué hacer con sus desechos. Pero vayamos al caso español, donde llegaron a proyectarse hasta 39 centrales, se construyeron finalmente diez y, tras la moratoria impuesta por el propio González, que ahora se ha convertido en uno de sus partidarios, se cerraron dos: Vandellós I, por un grave accidente, y Zorita por falta de seguridad. Ambas pertenecían a la primera generación de centrales, de la que también forma parte Garoña. En 2008 la energía nuclear atendió el 22% de la demanda española, cinco puntos menos que en 2004, según el avance del año de Red Eléctrica Española. En el conjunto mundial, el porcentaje desciende hasta el 16%.

En ese período, entre 2004 y 2008, se ha aumentado en 35.000 gigavatios la generación neta de electricidad, gracias al fuerte impulso de la eólica, que ha duplicado su potencia instalada, y de otras fuentes renovables o biocombustibles. Pese a su variabilidad, el viento satisfizo el año pasado el 11,7% de la demanda, con picos como el del pasado 24 de noviembre a las 4.47 horas cuando el 43% fue cubierta por esta energía.

Los defensores de lo nuclear sostienen que es hipócrita rechazar esta energía porque la demanda española se cubre con las centrales francesas, pero este argumento es erróneo, por no decir falso. Basta con comprobar los balances de Red Eléctrica de los últimos cinco años. Vayamos al más reciente, al de 2008. España exportó más energía a países interconectados como Portugal o Marruecos que la que importó de Francia y Europa. En concreto, los intercambios internacionales registraron un saldo exportador de 11.221 gigavatios, un 95% más que en 2007.

Es en este cuadro en el que hay que contemplar la hipotética no renovación de la licencia a Garoña, sobre cuya continuidad se ha mostrado favorable el Consejo de Seguridad Nuclear pese a la existencia confirmada de grietas en la vasija de la central. Se trata de una decisión política, que se tomaría una vez que el despliegue de energías renovables la convierten en prescindible y que debería ir acompañada de un plan de reindustrialización serio para la zona y los trabajadores afectados. ¿Debemos correr el riesgo que representa mantenerla en funcionamiento más allá de su vida útil cuando no existen problemas de abastecimiento?

A partir de ahí, lo prudente sería avanzar en el despliegue de energías renovables y en el diseño de una red de distribución dotada de suficiente capacidad de almacenamiento, mientras se vislumbra qué resultado puede esperarse de las nuevas centrales programadas en otros países. Existe margen de maniobra porque el fin de la vida útil del resto de las centrales españolas concluye entre el 2021 de Almaraz I y el 2028 de Vandellós II y Trillo. Si los resultados son los prometidos, siempre podría prolongarse el funcionamiento de las centrales -como ahora se pretende con Garoña- mientras se construyen las nuevas. Y si no lo son, contando con que la energía procedente de renovables compense a la producción nuclear actual, habrá que cerrarlas y completar el sistema con gas natural.

El informe ya citado de la Fundación Ideas cree que es posible contar en 2050 con un parque eléctrico totalmente desnuclearizado, integrado exclusivamente por fuentes no contaminantes. Sería una meta para el país y un gigantesco nicho de cientos de miles de puestos de trabajo. Ya en 2007, según un informe de CCOO, el sector de las energías limpias ocupaba a 190.000 personas, entre empleos directos e indirectos, diez veces más que la industria nuclear. ¿Que nos costaría más dinero? Posiblemente, pero algo menos que sanear las cuentas del podrido sistema financiero. Hay cosas que se pagan con gusto.

el confidencial - Opinión

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