martes, 16 de junio de 2009

LOS MAYORDOMOS. Por Alfonso Ussía

Cosas que pasan

La ventaja de no ser ministro es que si se quiere y se puede, el contratar o no a un mayordomo no depende del Boletín Oficial del Estado. El BOE de 11 de junio, ha anulado la orden por la que se convocaban pruebas selectivas para buscar un mayordomo al servicio del ministro de Asuntos Exteriores. Zapatero es así. En lugar de enfadarse con Leire Pajín le quita el mayordomo a Moratinos. A partir de ahora, el ministro de Asuntos Exteriores se verá obligado a sacar el hielo y servirse él mismo el «wishky» del atardecielo. Dos mayordomos conozco inasequibles. Jeeves, el de Bertie Wooster, y Tomás, el del marqués de Sotoancho. El primero es consecuencia del talento literario de P. G. Wodehouse, y el segundo existe, pero no quiere abandonar «La Jaralera».


Allan Smith también crea un notable ayuda de cámara, Ferdinand, pero con un defecto que Moratinos no pasaría por alto. Al lavarlos, hacía tomates en los calcetines. No me gustaría como español, que nuestro canciller se paseara por el mundo con tomates en los calcetines. En Cuba, Venezuela, Bolivia y en algún aliado de las civilizaciones pasaría desapercibido, pero no en los Estados Unidos o el resto de Europa. Con Ghadafi tampoco existirían problemas, porque no usa calcetines, no por culpa de los tomates que les hace su mayordomo, sino por elemental guarrería.
Me figuro, y me conduelo al figurármela, la desagradable sorpresa que hirió a Moratinos al leer el BOE del 11 de junio. Un ministro de Exteriores sin mayordomo, pierde una barbaridad. Anthony Hopkins, formidable actor, firma un papel de mayordomo en la película «Lo que queda del día» que roza la perfección. Retrato de la clase alta británica minucioso y genial. En el supuesto cine español, cuando aparece un presumible aristócrata, le plantan en su salón una armadura. Así les va. Pero un ayuda de cámara como el que representa Hopkins, tampoco aceptaría servir a Moratinos, que es un ministro animoso, pero muy dado a sudar por el pescuezo. Entre la mayordomía existe un nivel muy alto de esnobismo, y el que sirve a señor con agobios manifiestos, pierde categoría en su selectiva profesión. El mayordomo es más que un secretario, es decir, el custodio de los secretos. Es una sombra discreta cuya principal misión no es otra que aliviar los defectos de la persona a quien sirve. Y todo eso se lo han quitado a Moratinos de un plumazo porque Zapatero está enfadado con Leire Pajín, cuando Leire Pajín lo único que ha hecho es montar una campaña electoral ridícula, sin entrar ni salir en las necesidades domésticas de Moratinos. La política lleva, en ocasiones, a tan altas cotas de injusticia, que es fácil responder a la pregunta de si merece la pena el sacrificio del servicio público. Y la respuesta, a todas luces lógica y evidente, es que no.

La ministra Bibiana Aído tampoco tiene mayordomo, pero el motivo es diferente. No lo quiere tener hasta que un comité de expertos –España se ha llenado de «Comités de Expertos»–, le resuelva su duda acerca de los mayordomos. Si son seres humanos o simplemente, seres vivos. Y así está la pobre, que no da de sí poniendo la lavadora, el friegaplatos, la cafetera y el microondas. Y en su Ministerio se nota, vaya si se nota.

Pero lo de Moratinos se me antoja una injusticia. Se ha equivocado usted de culpable y ha castigado a un inocente, Zapatero. Préstele un mayordomo. A usted le sobran.

La Razón - Opinión

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