
Da la impresión de que Zapatero juega con pólvora ajena y sus planes se construyen como castillos en el aire. Nada más lógico que el Gobierno hubiera consensuado antes sus medidas con las distintas Autonomías, sobre las que hace recaer el peso de sus propuestas con una ligereza impropia de quien está obligado a no defraudar las esperanzas con promesas de imposible o difícil cumplimiento.
Lo que ocurre es que si Zapatero y su Gobierno hubieran negociado con anterioridad con las Autonomías, el presidente no podría haber jugado la baza de la sorpresa en el debate sobre el estado de la Nación y el golpe de efecto no habría sido tal. Esto en política se llama oportunismo, que es una práctica que suele volverse en contra de quien la ejecuta, porque con cuatro millones de parados y una economía maltrecha los españoles no están para que se les distraiga con señuelos y guiños, sino para recibir realidades tangibles y no sujetas a la contienda política.
Es la estrategia de corto recorrido de un Gobierno obsesionado con ir salvando a trompicones su propia figura la que está dañando más la confianza colectiva. Poco les importa a los españoles quién ganó el debate, si Zapatero o Rajoy, porque lo que quieren y necesitan nada tiene que ver con la victoria, siempre subjetiva, que unos y otros se atribuyen al término de la batalla parlamentaria. Resultaría un sarcasmo que el Gobierno buscara el triunfo en el debate para mantener la figura del presidente y se olvidara de que aquí no cabe más mérito que el de la victoria conjunta de la sociedad frente a la crisis.
Zapatero habrá salido más o menos indemne de su batalla parlamentaria, peros sus planes se desvanecen a la misma velocidad que disminuye la confianza de quienes creyeron que las medidas anunciadas en el Congreso no estaban sujetas a la letra pequeña de un complejo y confuso libro de instrucciones.
ABC - Editorial
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