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Hilvanar a Rajoy -el Gallego Pasmado- con el maestro Juan Belmonte -el Pasmo de Triana- solo es posible en mayo y en Madrid, donde el que no consigue tocar pelo abandona la plaza hecho un pelanas. El caso es que la afición, el pasado martes, se hallaba tan propensa al entusiasmo que habría ido a Jesús (al de Medinaceli, que está a un paso) a buscar, si no unas andas, unas modestas angarillas, un escabel, una peana, en la que pasear al líder del PP Recoletos arriba, entre vivas y bravos. Don Mariano, conforme a lo previsto, tenía que dar el do de pecho y salir a hombros en lugar de a gatas. Porque llegó al Congreso llevando en la fiambrera dos orejas y un rabo y se marchó menos airoso que fiambre. Si bien es cierto que no hay nada más duro que lidiar con alimañas, también es indudable que jamás de los jamases estuvo tan barato abrir la puerta grande.
Parar, mandar y templar. Ése, según las voces ancestrales, es el misterio trinitario de la tauromaquia. ¿Paró Rajoy? Tanto, que estuvo extático. ¿Mandó? Periodistas a la calle. ¿Templó? No ha nacido aquel que mejor temple gaitas. En cuanto a la faena en sí, el diestro pecó de torpe y timorato. Por no citar de frente metió pico a destajo y es que, a decir verdad, con el pico no es manco. Escurrió el bulto, también, en los lances morales -los más expuestos siempre y los más apretados- y no midió al morlaco por el pitón lingüístico, ante la compresible decepción del respetable. Todo se quedó, pues, en tenues derechazos, aspavientos de alivio y ayudados por alto. Nunca logró humillar a su enemigo, llevarle a su terreno y medir las distancias. Éste, por contra, a punto estuvo de engancharle en un par de derrotes venenosos y agrios. Total, que sonaron tres avisos, el marrajo, avisado, fue devuelto a corrales sin catar la espada y los pañuelos, en vez de vibrar de júbilo, enjugaron las lágrimas.
Ahora habrá que esperar a los comicios europeos a fin de que Mariano se gane el privilegio de ser llevado en andas. ¿En andas? En silla gestatoria es lo apropiado. Y ya se encargará Jorge Fernández-Díaz de que se la presten en el Vaticano. No fuera a ser que un párroco en puntas objetase lo mismo que el de Santa Ana. «¡Heresiarcas! ¡Ateos! ¡Rajoy sacado en andas! ¡Qué barbarie, Dios mío, qué barbarie! Todavía si se tratase de Esperanza...».
ABC - Opinión
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