La toma de posesión de nuestra nueva «Cavallería Rusticana» de Cultura lo dice todo. Allí estaba toda la tropa de la secta dispuesta a un imaginario y patético «no pasarán» -también de un «nos lo llevamos todo»- mientras las realidades de nuestro país van mostrando un declive y una degradación vertiginosa. Allí estaba casi de ministrable una Pilar Bardem que, no me cabe duda, llegado el caso, enviaría a media sociedad española a la Checa de Fomento. Y allí estaban junto a la nueva ministra de la subcultura de algunos de ellos, los más fervorosos agitadores y beneficiarios del rencor en este país. Allí estaba toda la arrogancia y prepotencia del izquierdismo carpetovetónico, que tanto tiene que ver con la miseria revolucionaria tercermundista o soviética y tan poco en común con la socialdemocracia cultivada de la tradición europea. Que tanta amistad y empatía tiene con asesinos como el Ché Guevara o Fidel castro, con milicos déspotas como Hugo Chavez o tiranos comunistas. Y tan poca afinidad con humanistas de la izquierda europea como Helmut Schmidt, Willy Brandt, Olof Palme o Bruno Kreisky. Probablemente muchos de la tropa no sepan siquiera a quienes me refiero.
Algunos estamos curados de espanto. Y hemos visto cosas mucho peores. Pero da bastante miedo ver la íntima comunión entre poder y vocación abiertamente totalitaria que se vio ayer en el «sarao» de la toma de posesión de la ministra de cultura. Está claro que el señor Zapatero sabe que no puede sacar a este país de un pozo negro que tanto a contribuido él a abrirnos. Pero está también claro que su tropa se atrinchera para defenderse en un frente que cada día nos evocará más a un Verdún económico, político y desde luego social y cultural. Nuestro código social no conoce ya el pecado. Y ni la impericia ni la ineptitud son delitos. Pero quiero pensar que hay una sociedad española en la que rige aun una cierta percepción de la responsabilidad histórica. Y espero que no le pase inadvertida esta grotesca y peligrosa aventura del maridaje entre inanidad moral y arrogancia irresponsable.
ABC - Opinión
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