
Roque Barcia, uno de los personajes más estrafalarios y erráticos de nuestra política decimonónica, republicano a ultranza y más confederal que el actual presidente del Gobierno -que pregunten por él en Cartagena-, matizó mucho sobre el sentido de la confianza: «Tenemos confianza cuando la seguridad de lo presente nos hace descuidar sobre lo porvenir; tenemos esperanza cuando la seguridad de lo porvenir nos hace tolerar el mal presente». En este último quinquenio resultarían tan insensatas la confianza como la esperanza políticas. Es decir, en enmienda al líder del PP, que nadie puede despilfarrar lo que no tiene, ni tuvo.
«Hoy, como dice Rajoy, nadie se fía del señor Zapatero». Ayer, tampoco. ¿Quién podría hacerlo de quien nunca cumplió un compromiso y viene utilizando a sus interlocutores, conmilitones o distantes, como se usan los kleenex? Zapatero no vio venir las crisis -la global y las propias- que nos afligen y, después, no ha sabido enfrentarse a ellas. Por eso, contra lo que reclama Rajoy -«Un cambio en la política económica es absolutamente urgente»-, lo que se necesita es una verdadera política económica. Parte del mal que nos sacude es que el zapaterismo -tan relativista, tan complaciente- nunca quiso coger el toro por los cuernos.
En estos días vacacionales el Gobierno, para justificar su existencia, aparenta una gran actividad. Hace que hace. Incluso la nueva vicepresidenta, Elena Salgado, ha superado las cotas de elegancia en el atuendo de la vieja; pero, ¿en qué dirección se hacen las cosas? ¿Cuál es el rumbo de la economía nacional? Dar pedales es cosa muy esforzada y meritoria, pero inútil si no tiene un destino y una meta.
ABC - Opinión
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