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Y luego en el mundo, voceando versos: para eso sería importante que el Instituto Cervantes dependiera de Cultura y no de Asuntos Exteriores, como ahora depende en un ejemplo más de nuestro absurdo estructural. Dada la peculiar importancia ibérica del ministerio de Cultura no choca que el presidente quisiera suprimirlo, aunque a última hora se arrepintiese y nombrase a la señora González-Sinde.No la conozco y no sé qué opina de Malraux. La impresión dominante es que la acusan de haber vivido del cuento, es decir, de la subvencion, porque se dedica a hacer películas de taquilla ruinosa. Quizá. Ahora bien: es pintoresco que la acusen de ello los intelectuales orgánicos del cuento, esa internáutica masa (masilla, juntura de listillos) inculta y matona que no sólo roba (lo que es perfectamente natural en su clase), sino que pretende que le reconozcan el mérito. En España, que comparte con Somalia el liderazgo de la piratería (indoor en nuestro caso), se produce un extraordinario fenómeno: siendo el país de Gallito y Belmonte, de Ortega y Gasset y de las cien guerras civiles la reivindicación de la vida gratuita (en todos y cada uno de los sentidos profundos de la gratuidad) une a las guerrillas urbanas de la derecha y de la izquierda, en una suerte de fiera transversalidad de caraduras, condenados expertos en la descarga de la inteligencia ajena.
La ministra ha venido al mundo desde unas posiciones nítidas sobre el robo con nocturnidad. Mi deseo es que las exponga con vehemencia y que, sobre todo, no se deje embalsamar por el Presidente, buen negociador entre nadas. La ministra afronta un problema que es policial y jurídico, pero sobre todo intelectual. Un problema que empieza en los predios del ministro Gabilondo y del que ella recoge su mayoría de edad. Esa savia nueva y bruta para el viejo vicio español de la humillación de la inteligencia.
Diarios de Arcadi Espada
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