
Mientras no se ocupe de ninguno de los asuntos que causan los conflictos que empañan las relaciones entre Oriente y Occidente, el futuro de la Alianza de Civilizaciones se aventura igual de candoroso que hasta ahora. Para los discursos amables y los propósitos ecuménicos de paz y armonía, siempre habrá algún oyente. Habría que preguntarse en qué ha intervenido la Alianza de Civilizaciones para evitar la proliferación de armas nucleares en el caso de Irán, salvo para servir de válvula de escape para el régimen teocrático de Teherán frente al aislamiento diplomático de las naciones Occidentales. Es cierto que la Casa Blanca ha lanzado también una oferta de diálogo a los ayatolás, pero lo ha hecho pidiendo a cambio un gesto tranquilizador en el campo del desarrollo nuclear iraní, que es una de las mayores amenazas para la paz. Para demostrar su utilidad, la Alianza de Civilizaciones podría, por ejemplo, intentar ocuparse de la paz en Oriente Medio.
Las alianzas se establecen por definición con aquellos con los que se tienen cosas en común, mientras que hasta ahora el proyecto de Rodríguez Zapatero se ha planteado al revés; primero se establecen los socios y después se buscan los valores que pudieran compartirse. Y la verdad es que aparte de las naturales aspiraciones abstractas a la paz, que se suponen a todos los pueblos -incluso a los que están en guerra- es muy difícil encontrar coincidencias entre un régimen teocrático como el iraní, por ejemplo, y el gobierno socialista español que ha aprobado leyes como la del matrimonio homosexual. Desde este punto de vista, la Alianza de Civilizaciones sería la quintaesencia del relativismo, que acoge a todas las expresiones políticas y morales en pie de igualdad. Y eso nos lleva a la conclusión de que o bien el Gobierno carece de valores sólidos, o, peor aún, está dispuesto a mercadear con los que tiene a cambio de una sonrisa diplomática.
ABC - Editorial
0 comentarios:
Publicar un comentario