jueves, 30 de abril de 2009

DOS LIDERES. Por Ignacio Camacho

EL ideal democrático consiste en una política participativa en la que los ciudadanos manejen con fluidez sus propios asuntos y en la que los representantes públicos sean tan sólo leves intermediarios de una voluntad popular encauzada a través de una sólida sociedad civil, pero en tiempos de crisis la incertidumbre colectiva demanda liderazgos firmes que establezcan objetivos claros y posean la determinación necesaria para impulsarlos. No es fácil encontrarlos en circunstancias claves, pero cuando aparecen -Churchill, Rooselvelt, De Gaulle, Kennedy, Adenauer- emerge con ellos un beneficioso espíritu de esperanza colectiva. Dirigentes dotados de pujanza para hallar caminos donde los demás sólo ven obstáculos; tipos capaces de trazar nuevas fronteras donde la gente sólo encuentra límites antiguos.

Quizá por esa necesidad histórica la psicología social ha hecho brotar en esta época indecisa figuras de referencia como las de Obama o Sarkozy. El primero expresa una profunda ambición de cambio en el modo de dirigir las relaciones políticas, y representa con tal fuerza ese anhelo capital que su popularidad se mantiene intacta cien días después de haber pasado sin logros patentes de la utopía de las expectativas a la realidad de las decisiones. El segundo ha tenido ya tiempo incluso de decepcionar algunas de las ilusiones que despertó su arrolladora irrupción, pero conserva un encanto magnético de cuyo hiperactivo despliegue acaba de ofrecer en España una seductora puesta en escena.

Obama y Sarkozy encarnan, cada uno a su modo, la resistencia contra la mediocridad y el conformismo

Con una común vocación de liderazgo, con un mismo empeño de aglutinar voluntades para modificar el curso adverso de las cosas, ambos se han convertido en referentes de un mundo que se enfrenta a un vertiginoso cambio de ciclo. Agotada la mortecina etapa de los Bush, Chirac o Schröder, capitanes sin galones morales ni prestigio intelectual, esta acelerada convulsión social, económica y política requiere el revulsivo de una intuición ganadora. Requiere gente que no se conforme, que no se arrugue, que no se quede inmóvil, que afronte incluso el riesgo de equivocarse antes que el de quedarse a gestionar el desplome de los escombros. Requiere una política de principios y una ética de valores.

En ese sentido, Obama y Sarkozy encarnan, cada uno a su modo, la resistencia contra la mediocridad y el conformismo. Por eso les salen imitadores superficiales, impostores de gestos o de retóricas que tratan de manejarse en la pasión del poder copiando estilemas de su imagen de marca. Pero lo mejor que tienen no es su carisma, ni su fascinación, ni su coraje, sino la propiedad de contagiar a los ciudadanos el espíritu de la rebeldía. Ellos están enseñando un mensaje que acabará por calar en la mentalidad social: que en tiempos de turbación sí conviene hacer mudanza.

ABC - Opinión

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