
El presidente Zapatero nos ha invitado a los españoles a follar en Rusia. Se agradece el detalle y el interés. Menos mal que lo ha hecho ante el presidente ruso y no ante el canadiense, porque las malas lenguas aseguran que lo más divertido que puede producirse en una cama del Canadá es que se caiga el edredón. En mujeres, Rusia es espectacular. Desde que terminaron los quinquenios comunistas, las mujeres de Rusia han experimentado la maravilla del paisaje nuevo. No obstante, estoy seguro de que Zapatero no quería incitarnos con tanta claridad. Cuando las preocupaciones se acumulan, la mente piensa una cosa y la boca suelta otra, a su capricho y albedrío.
Se disponía a despegar el avión que llevaba a la mujer del Embajador de España en Brasil rumbo a Río de Janeiro. El embajador, Adolfo Martín Gamero estaba casado con una señora divertidísima, Anita Castillo, hermana de Rafael Castillo, uno de los míticos pilotos de Iberia. A la mujer del embajador le daba pánico volar, y a punto la maniobra de despegue, su compañera de vuelo, a la que conocía, le anunció que se había casado. –¿Y cómo se llama tu marido?–, preguntó sin ningún interés. –Casimiro Conejo–, contestó la feliz recién casada. –Pues no sabes cómo lo siento–, comentó la embajadora víctima de la preocupación por el despegue. Equivocaciones y errores se han dado en la alta política siempre. Gerald Ford brindó en Israel por la «noble nación palestina». Harold Wilson, Primer Ministro de Su Majestad británica, con diez «martinis» de más, y sometido a la nube que el exceso de alcohol procura, se enamoró en Venezuela del contorno de una mujer vestida de rojo. «Bellísima dama, ¿me concede este vals?». No, por tres motivos –respondió ofendida la bellísima dama de rojo–; me conozco y no me considero una bellísima dama. Lo que suena no es un vals, sino el Himno Nacional de Venezuela. Y soy el Arzobispo de Caracas». El cardenal Grampoglia, facilitó a Agustín de Foxá una audiencia con el Papa Pío XII. El Papa creía que el valedor de Foxá era el cardenal Antoniutti, y así se lo hizo ver. «No, Santidad, mi contacto en la Santa Sede es otro cardenal». «¿Cómo se llama?», preguntó el Papa; «No se lo puedo decir porque me da la risa», respondió Foxá pocos segundos antes de que Su Santidad diera por terminada aquella surrealista audiencia. Cuando Franco se equivocaba no daba su brazo a torcer. En una de las cenas de La Granja, saludó a una invitada de esta guisa: «Eztoy muy preocupado por zu marido»; «Excelencia, soy viuda»; «Precizamente por ezo». Y ahí se quedó la cosa.

La Razón - Opinión
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