miércoles, 18 de marzo de 2009

El sastre de Camps. Por M. Martín Ferrand

HASTA que se murió, hace algo más de veinte años, Angelo Litrico estaba considerado como el mejor sastre del mundo. Sus clientes cubrían la gama que va desde Nikita Khrushchev a John F. Kennedy y, en Italia, el más notable de sus modelos políticos fue Enrico Berlinguer. ¿Le recuerdan? Berlinguer encarnó, en aquellos difíciles y trascendentales años setenta, la renovación de los partidos comunistas occidentales. Como sucesor de Palmiro Togliati al frente del PCI, propuso un «nuevo modelo de desarrollo», rompió con la resignada obediencia de los comunistas europeos a Moscú y, de hecho, alargó en una década, o más, la inevitable agonía del socialismo real en el Viejo Continente.

Berlinguer era un señorito, pariente de Francesco Cossiga y descendiente de una de las más notables familias de Cerdeña. Lucía su elegancia natural y el vestuario que, con gran primor, le elaboraba en su sastrería romana de Vía Sicilia el célebre Litrico. La prensa italiana de la época, especialmente la democristiana, solía zaherirle por el «despilfarro» de su armario. Incluso le acusaron de no pagar al sastre y de prevalerse de su posición para el gratis total. José Ortega, el olvidado y genial pintor manchego, otro comunista notable y carne de exilio, también vestía en Litrico y me comentó que cada uno de los impecables trajes que portaba, cortados en alpaca y con una especie de «cuello Mao», costaba, en dinero de la época, diez millones de liras.
Aquí, en España, especialmente en cuanto se refiere a nuestra vida política, somos mucho más cutres. El sastre más famoso del momento, con más renombre que Jaime Gallo, López Herbón, Moisés Córdova... es el sastre de Francisco Camps. Y se da la circunstancia de que ni siquiera es sastre. No está claro que sepa distinguir una chupa de un chupín y es probable que utilice el jaboncillo para lavarse las manos antes que para marcar un arreglo. Se llama José Tomás García y, de momento, más que cortar los trajes del presidente de la Comunidad Valenciana se dedica a recortar su honra y buen nombre. No seré yo quien entre en el debate, espurio por su origen y perverso en la intención, sobre quién paga el vestuario de tan notable barón del PP; pero aprovecho la ocasión para, con alarma, recordar que este es un país de chapuzas y de intrusos. Pague o no pague el president, que ya lo sabremos, se echa a faltar un Litrico en tan ramplona historia.

ABC - Opinión

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