viernes, 20 de febrero de 2009

Albert Boadella: «Cataluña vive una epidemia»

Dos salas, de 935 y 674 espectadores respectivamente, un centro coreográfico, 40.000 metros cuadrados... Boadella inaugura hoy su nueva casa con «Una noche en el Canal», un montaje de música, teatro, danza y ópera

Los Teatros del Canal (así, en plural) forman desde esta noche parte del paisaje cultural de Madrid. Aunque, arquitectónicamente, hace meses ya que los madrileños se han acostumbrado a la imponente mole de cristal y acero. Diseñado por Juan Navarro Baldeweg, incluye las dos salas principales, un centro coreográfico con nueve espacios para danza, y será sede de la Compañía Nacional de Danza Clásica, que dirigirá Víctor Ullate. Albert Boadella inaugura su nueva casa como director y gestor con «Una noche en el Canal», un espectáculo multidisciplinar de teatro, danza y música –desde hoy hasta el domingo– al que seguirá, a partir de la semana que viene, «La cena», de Els Joglars.


En su despacho, habló con LA RAZÓN de sus planes. Entre otras cosas.
-¿Tardó mucho en aprenderse el camino a su despacho?
-No es broma: ¡estuve una semana perdiéndome!
-Es un gran teatro. ¿Va a responder a las expectativas?
-Lo hará en cuanto a la cantidad de actividades que se deben y se pueden hacer. Mantener este teatro le cuesta mucho dinero a los contribuyentes, por lo tanto, hay que conseguir que funcione a tope. La temporada es constante, no hay descanso. Vamos a conseguir, si no una rentabilidad económica, que es imposible, sí al menos social. Desde el punto de vista de la calidad, no voy a hacer un teatro que corresponda a mi gusto personal, ya sabemos que los gustos de los artistas son especiales y, generalmente, muy limitados. Pero voy a tratar de que haya espectáculos que tengan un rigor técnico alto.
-El consejero de Cultura, Santiago Fisas, le concedió derecho de veto sobre la programación que decidirá, parte del año, una empresa privada. ¿Lo ejercerá?
-No creo que pase. Tendrían que presentar una programación con una competencia desleal muy clara con la iniciativa privada y con unos niveles de calidad que yo considerara ínfimos, o temáticamente zafios. De momento, no va a ser así: la empresa que ganó el concurso, Clece, ha planteado una programación casi de los mismos contenidos que la nuestra.
-¿Qué filosofía tendrán los Teatros del Canal?
-La danza estará muy presente. El teatro también, obviamente. En la sala A las temporadas serán más largas. Trataré que los espectáculos estén entre tres semanas y mes y medio. En la B, la configurable, las variaciones serán más importantes, lo que permitirá traer cosas más arriesgadas. Pero vamos... Yo tengo que llenar. También hacer aquello que es propio de un teatro público: traer a creadores nuevos, que merezca la pena dar a conocer y no tengan otras posibilidades.
-Siempre ha sido un transgresor, un tipo incómodo para el poder. ¿Establecerse en un teatro público lo domesticará?
-Lo veo muy difícil: no estoy aquí para hacer carrera. No es vanidad, pero ya la he hecho. No estoy al final, pero sí en la cuenta atrás. Por eso no tengo ambiciones especiales en cuanto a la continuidad. No creo que me pase aquí mucho tiempo. Desde el punto de vista económico, aquí gano lo mismo que con Els Joglars.
-¿Ha renunciado a su salario en la compañía?
-Sí, a lo que no he renunciado es a trabajar con ella. Quiero hacer lo que durante tantos años he creído que era deber de un teatro público. Suelen ser pequeños guetos de un director: pero han de ser teatros del contribuyente, del que le gusta un teatro más ligero y del que quiere uno más experimental. Además, he tenido libertad total: nadie me ha dicho lo que tengo que hacer. Si ocurriera cualquier incidente, tendría claro qué decisión tomar.
-La prueba es el primer espectáculo programado, «La cena», que se ríe de la estulticia de...
-De las nuevas religiones. La gente no ha dejado de tener instinto religioso y aplica sus impulsos a la ecología, el medioambiente... No digo que haya que ir contaminando. Pero aquello que proclama el bien supremo, máximo, hace temer que exista una actitud de coacción a la libertad individual.
-Siempre ha sido enemigo de dogmatismos...
-Sí, prefiero las religiones conocidas. Al menos sabemos sus defectos, su historia y sus ventajas.
-También se ha reído de ellas...
-Sobre todo cuando han significado un poder. En los años 80, con «Teledeum».
-Su siguiente víctima fue el nacionalismo. Y mire dónde ha acabado: lejos de Cataluña.
-Eso ha sido tener que luchar contra una sociedad en estado de epidemia. Es muy difícil. Cuando una sociedad entra en un delirio, en una realidad virtual, inventada, es un princpio de enfermedad.
-Pero es algo que usted ya denunció hace años, en su trilogía de «Ubú». ¿Qué ha cambiado?
-Los socialistas. Cuando el PSC se pasa descaradamente al nacionalismo. Y cuando el Gobierno de la nación facilita esta actuación. A partir de este momento hay un cambio sustancial en Cataluña. Empieza «el régimen».

Una noche completa
Cuenta Boadella de «Una noche en el Canal», el espectáculo que inaugura el teatro, que es un montaje en el que hay espacio para la Joven Orquesta y el Coro de la Comunidad, cantantes, bailarines, actores... «Hay teatro, danza, un poco de ópera... Mi idea es que los espectadores que acudan vean el teatro, las instalaciones. Los divido, como en los museos, en grupos de 50 personas, y a intervalos de dos minutos y medio, una cosa muy matemática, van haciendo un recorrido por todo el edificio». Y asegura: «Es una visita guiada con actuaciones; la lleva los actores de la compañía Impromadrid, como acomodadores simulados, que dan explicaciones sobre el local, algunas de ellas muy irónicas, incluso transgresoras».

La Razón

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