sábado, 1 de noviembre de 2008

La vida que vale. Por Hermann Tertsch

Asustan menos los que se mesan el cabello por su fanática hostilidad a convicciones ajenas que los que piden perdón por las propias. Llegaremos al punto en que todos tengamos que pedir clemencia al más matón por tener una idea, una creencia o amor a algún valor. Confieso que trato con gente contraria al aborto. Y con muchísimos que no son partidarios de la eutanasia. Les preocupa que algún oscuro gremio de bata blanca decida cuando un anciano debe dejar libre una cama en el hospital y pasar a la morgue.

Y en deriva insana hacia malas compañías tengo también familiares, amigos y conocidos que, trayéndoles al pairo la vida conyugal ajena, están convencidos de que la utilización del término «matrimonio» para la unión legal de homosexuales fue una provocación de Zapatero y su tropa a los católicos españoles. Espero que nadie me de una paliza por ello. No nos venga la nueva inquisición con su milonga de la homofobia. Porque eso es lo que profesan y practican los amigos del presidente en el régimen cubano o en la Alianza de las Civilizaciones que ahorca a los homosexuales en grúas industriales.

El gentucismo se ha lanzado a degüello contra toda opinión discrepante. Vale. Da más desazón que quienes desde posiciones que se quieren erigir en alternativa a esta desgracia del matonismo se dejen atropellar. Nadie me acusará de meapilas sin caer en el ridículo. Como decía J.J. Armas Marcelo aquí, en su preciosa columna «Dios», dudamos todos los días, carentes de certeza, pero con la muerte presente. Pero muchos españoles no nos vamos a dejar intimidar, avergonzar y avasallar sin respuesta. Este país ha sufrido por muchas causas. Las principales son la soberbia y la mentira. Vuelven a estar de moda. Al parecer gozan de hegemonía. Pienso que vivir bien es resistirse a esas miserias. Y que vivir mal no vale la pena.

ABC - Opinión

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