viernes, 29 de agosto de 2008

Fulton para la Europa posmoderna. Por Hermann Tertsch

DIMITRI Medvedev, presidente de Rusia por la gracia del Zar Vladimir Putin, nos ha hecho saber que su vecina Georgia se ha quedado definitivamente sin parte de su territorio. Y sus embajadores en Moldavia y en Ucrania han advertido a los gobiernos de los respectivos países que debieran tener en cuenta estos acontecimientos a la hora de tomar decisiones. También nos anunciaba ayer el Ministerio de Asuntos Exteriores de Moscú que considera innecesaria y una provocación la integración en la OTAN de unos estados que lo han solicitado repetidas veces por medio de sus parlamentos y gobiernos democráticamente elegidos.

Presidencia y Gobierno de Rusia han decidido cambiar las fronteras de un vecino y se muestran dispuestos a hacerlo con las de otros. Se han inventado dos países donde han repartido pasaportes rusos en los últimos años y meses y ya están amenazando a otros estados vecinos -en Bielorrusia la amenaza es oficial- para que reconozcan a sus títeres o se atengan a las consecuencias. No cuentan con un cardenal como Tiso que Hitler puso a la cabeza del estado títere eslovaco cuando invadió los Sudetes y destruyó Checoslovaquia, pero sí con unas franquicias en Osetia, Abjasia o Transniester, -aun no reconocido-, donde la mafia local comparte con el ejército ruso y el KGB el presupuesto que les dedica el Kremlin a cambio de desestabilizar primero e imponer sumisión después a los estados vecinos.

De momento, Moscú triunfa. Gozar de esta gloria militar del momento y, desde luego, del placer de haber impuesto un veto de hecho sobre las decisiones de la OTAN sobre su ampliación y sobre la voluntad de los vecinos democráticos de pertenecer a una alianza que les proteja precisamente de este matonismo imperialista que muchos venían anunciando y que en las capitales occidentales se tachaba de «alarmismo». ¿Cómo iban a preocuparse nuestras democracias posmodernas de los augoreros de la guerra fría? De ahí que, de momento y aunque cunda la alarma, los países afectados están abandonados a su suerte. Estamos protestando. Interesante será ver si, ante estos éxitos que tan buen humor generan en Rusia, el Kremlin se decide a organizar una «provocación» en algún país vecino miembro de la OTAN como son los estados bálticos. No sería difícil crear ambiente de «Heim ins Reich» (Retorno al imperio) entre la población rusa letona y generar incidentes para hacer «imprescindible» la intervención del ejército ruso. El proyecto piloto ha sido un éxito. ¿Seguirá la OTAN limitándose a «protestar»? Si entra en Ucrania por supuesto. Pero ¿y si entra en Letonia? ¿Creen capaz a la OTAN de acordar medidas militares en reacción a un ataque a sus fronteras orientales? Muchos en Occidente no. Y desde luego que muchos en el Kremlin tampoco.

«Desde Stettin en el Báltico a Trieste en el Adriático se ha bajado un telón de acero a través del continente». Ésta es la frase más célebre de la histórica conferencia pronunciada el 5 de marzo de 1946, con motivo de la aceptación del doctorado «honoris causa» de la Universidad de Fulton en Missouri, por el entonces ya ex primer ministro británico, Winston Churchill. Entonces advertía el estadista británico que las democracias no podían cometer ante el nuevo totalitarismo los mismos errores que permitieron a Hitler crecer, conquistar y devastar el continente. No se evitó la esclavitud de medio continente durante otro medio siglo. Pero surgió una alianza de sociedades libres, la OTAN, con el poder necesario para hacerse respetar por quienes solo respetan el poder. Y con la determinación creíble de utilizarlo. Sin esta credibilidad la sumisión de los georgianos será solo un terrible principio de una larga tragedia.

ABC - Opinión

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